Preludio

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Si lo supiera, diría desde un principio como es que me ví metida en tanto lío, pero la verdad es que no tengo ni idea de como es que paso todo esto. No se en que pensaba la primera vez que seguí a Erik (que para mí en aquel entonces era solo un mito creado por el cuerpo de bailarinas) hacia su guarida, es muy probable que estuviera siendo guiada por un espíritu de aventura o bien de tremenda estupidez.

Sentada aquí, en esta oscura habitación que me es más reconfortante que mi propio hogar, pienso por primera vez y con detenemiento en todos aquellos sucesos que se desataron justo después de que yo bajara a los sótanos del teatro. Pienso en Christine y en cómo se vió poseída ante su Angel de la Música, pienso en Raoul y cómo todo el mundo pensó que había perdido la cordura cuando relató la fantástica historia del ser que habitaba en los sótanos, y pienso en cómo la relación de estos dos (Raoul y Christine) se vió atacada por los caprichos de mi querido Fantasma. Pienso en la pequeña Meg Giry y la respomsabilidad de la que la valieron para guardar semejante secreto que se llevo a la tumba no sin antes poder decírmelo, pienso de igual manera en su madre, Madame Giry, la profesora de ballet y quien era la única persona -talvez además de mí- que conocía y sabía sobre la existencia de Erik. Pienso también, y esto es lo que más consume mis noches, en el misterioso incendio que destruyó todo el Cuarto Piso y buena parte del teatro; pienso en todas las muertes que hubo ese día y en que yo pude haber sido una de ellas. La gente hace grandes estupideces por el amor.

Recuerdo la primera vez que me atreví a bajar al Quinto Sótano sin permiso de nadie, ni siquiera de él, recuerdl también la primera vez que pude bajar allí con y por su permiso; es extraño ahora que lo pienso, como poco a poco fui ganándome la confianza de aquel a quien toda la compañía de teatro tanto temía, y es aún más extraño como, también, poco a poco fui enamorándome de él. Aque amor del que me ví poseída no tenía ni razón ni sentido, durante algún tiempo me obliguéa pensar que sólo era uno más de mis insolentes caprichos, pero nada se gana con intentar cambiarle el nombre a sentimientos tan poderosos como este, me di cuenta desde mucho antes que Erik no podía corresponder a mí amor (ahora aceptado); un genio no sólo de la música sino en todo aspecto y una simple estudiante como yo, no podían ser particípes de una felicidad en común. Para mí, era imposible que él llegará a amarme de la manera en que yo lo amaba, así como era imposible la manera en que lo amaba. Eran mágicos los momentos a su lado, inclusive pasear en silencio por nuestro teatro cuando ya todo el mundo se había ido a dormir, las conversaciones mantenidas por más triviales que fueran siempre me tenían hechizada por una voz melodiosa y atenta a cada una de sus palabras. Me sería poco más que imposible poder llegar a describir como me sentía cuando era afortunada de poder oírlo tocar, las notas de su magnánima melodía me llenaban el alma, me poseían casi siempre, Erik interpretaba con tanta pasión me hacían sentir cada una de las emociones que él sentía en el momento. Llegué a llorar por las notas musicales que expresaba el enojo, el odio, el rencor y la frustración de su compositor, pero también pude llorar con las notas que me hablaban sobre alegría, felicidad, ensoñación, y... amor. Yo era partícipe de todo aquello y no podía ser mejor.

Mi propósito con estas palabras es plasmar la historia que sólo yo sé y que, por ende, nadie llegó a conocer; mi intención es dejar una prueba física, por medio de mis palabras, de cómo era él en todos los aspectos un genio, un músico, un mago, un ilusionista, un ventrilocuo, un magnífico compositor, un cantante, un amante, un amigo, un confidente. Hubiera querido que otros le hubieran conocido como yo lo conocí, así no dirían que él era un ser de sangre fría y un asesino despiadado, pero, a pesar de esto, me alegro de que nadie lo conociera como yo.

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