Capítulo 24.

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Ayer Denavrtiz me informó que Sigourney quiere unirse a los acuerdos de paz y esta muy equivocado si cree que aceptaré algo así.

Aún no puedo verme en el espejo sin repudiar las cicatrices que él ha dejado en mi cuerpo. Evito tocarlas, pues sentirlas me hace rememorar esa fatídica noche en la que fui débil, en la que me vencieron, en la que fui derrotado como cualquier otro mortal.

Y aún cuando creí que las cosas no podían ser peores, me informa que la vocera que Sigourney a enviado es Gretta Tebeos. Eso es sin duda una jugada sucia de su parte.

No he visto a esa mujer desde aquella innombrable noche y el tener que escucharla intentando convencerme para que haga acuerdos con quien es su amante, es algo que no podré tolerar.
Ambos se burlaron de mi y tenerlos cerca no será más que un castigo de la vida.

Les he enviado una carta informándoles que la reunión se desarrollará aquí, aprovechando el hecho de que Vanir por fin se marchó del palacio, pues no pretendía viajar para ver a esa mujer y hurgando en el remordimiento que aún la acusa, la llevaré a uno de los lugares en los que me profesó su amor.

Salgo hacia el sitio de encuentro cabalgando sobre Imperial, mi caballo predilecto. Tomo las riendas del equino en compañía de Francis y atravesando la brisa cálida de la tarde llegamos hasta el campo abierto.

Paseo la mirada sobre todas las personas que se encuentran aquí, sintiendo mi cabello moverse ante el aire violento que se esmera por despeinarme y el sol fuerte que choca contra mis ojos.

Un par de sirvientes traen caballos para todos pues mi idea es adentrarme a la orilla del fresco lago de colores de mi propiedad.

Desde mi posición veo a Denavritz acercarse a Emily, posando una mano en su cintura para llevarla lo más cercano que puede a su cuerpo y nada me molesta más que ver como comienza a susurrarle al oído.

¿Cómo se atreve a tocarla y cómo se atreve ella a dejarse tocar? Él no tiene derecho a ponerle una mano encima, al creerse su dueño o presionarla contra él.

Por más que intente concentrarme en mi furia, la figura de Emily me distrae con ese traje lleno transparencias y brillantes que se iluminan bajo el sol. Tiene un escote elegante pero aún así provocador y más si es engalanado por el collar que le obsequie ayer.

El diamante rojo contrasta con su pálida piel y su cabello oscuro. Se ve hermosa, sensual, provocativa y tan tentadora que solo podría pensar en una forma de torturarme y esa sería privándome de verla.

Bajo del caballo y camino hacia ellos con la sangre hirviendo en mis venas. No soporto ver el rostro del intento de rey y mucho mas cuando está incomodando a Emilia.

- No va a caerse, Denavritz. - Espeto con desdén mientras quito mis guantes negros. - Puedes soltarla.

- Solo disfruto de su compañía, así como tú disfrutarás la de Gretta. - Replica él, creyéndose gracioso.

Es un maldito idiota. Se aprovecha de la situación porque sabe que no haré nada frente a Emily, pues de otra forma ya lo hubiese golpeado.

- Sabes. - Habla, mientras Francis toma mis guantes. - Cuando conocí a Emily lo hice sobre un caballo.

- ¿Ah si? - Cuestiono con ironía. - Detállalo.

- En el festival del pueblo. La vi y no pude evitar acercarme a ella, era la mujer más hermosa que había visto jamás.

- Que romántico Denavritz. - Espeto con sarcasmo, mirándolo fijamente. - Me has hecho suspirar.

- Creo que al menos hay algo en mi para demostrar, pero tú jamás podrías hacer eso por una mujer. - Suelta con superioridad.

El corazón del Rey. [Rey 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora