Parte X: BAJO LA TORMENTA - CAPÍTULO 116

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CAPÍTULO 116

El avance a través del bosque era cada vez más dificultoso a pesar del escudo protector de los sylvanos. La tierra ya no podía absorber más agua y múltiples torrentes arrasaban ramas caídas, haciendo intransitable el sendero. Torel los había desviado bosque adentro, buscando terrenos más altos, pero su paso se veía frecuentemente obstruido por árboles caídos y rocas que se habían desmoronado desde las áreas más elevadas. Lo único alentador era que Lug parecía haberse repuesto bastante y caminaba con pasos firmes, absorto en sus propios pensamientos.

—Lug —se acercó a él Augusto—. ¿Puedo hacerte una pregunta?

Lug salió de su ensimismamiento y respondió con una inclinación de cabeza.

—Sé que todo este asunto de los portales está muy por encima de mi entendimiento —comenzó Augusto—. Así que tal vez lo que quiero preguntar sea una obviedad...

—Eres el esposo de Lyanna —dijo Lug—, lo que significa que sabes bien que ninguna pregunta es tonta u obvia. Solo hazla, Gus.

Augusto suspiró, tratando de buscar las mejores palabras para lo que quería plantear.

—Cuando hemos viajado a otros mundos, incluso cuando nos trajiste a Ingra —empezó despacio—, solo tomaste nuestras manos y aparecimos en el mundo de destino en un abrir y cerrar de ojos. Nunca fue necesario buscar un portal en un punto geográfico específico porque tú eres la Llave de los Mundos.

—Sí —confirmó Lug.

—Entonces... —dudó Augusto por un momento—, ¿por qué no puedes hacer lo mismo con Arundel? Entiendo que, cuando cruzamos por Caer Dunair, tú no estabas con nosotros y por eso tuvimos que servirnos de un portal y ayudarnos con el Tiamerin que habías programado para que lo abriera, pero ahora que estás con nosotros... ¿No puedes simplemente...? Es decir, ¿es porque estás en el cuerpo de Iriad o tiene más que ver con que los sylvanos son demasiados para que puedas transportarlos?

—No —dijo Lug—, no tiene que ver con eso, aunque transportar a todos los sylvanos en pequeños grupos es impráctico y me drenaría mucho antes de poder terminar el trabajo —manifestó—. Como bien dices, yo soy la Llave de los Mundos, pero no soy el portal mismo, ¿comprendes?

—No.

Lug suspiró:

—El portal es Lorcaster —intentó clarificar Lug—. En su ser, contiene miles de mundos, pero no todos.

—Oh, ya entiendo —asintió Augusto—. Lorcaster no tiene jurisdicción sobre Arundel, y entonces, ni tú ni él tienen acceso libre. Necesitan ayuda, un permiso, por así decirlo.

Lug se detuvo en seco y clavó una penetrante mirada en Augusto: Lorcaster no tenía acceso a Arundel, pero él era su Llave, su posibilidad de obtenerlo, de apropiárselo... ¿de destruirlo? ¿Cómo podía haber sido tan ciego como para no verlo? ¿Todo había sido una distracción para extender su dominio? ¡Cómo podía haber sido tan estúpido como para no darse cuenta!

—¿Dije algo malo? —tragó saliva Augusto al ver la furia contenida en la mirada de Lug.

—No —dijo Lug con el rostro severo—. Gracias por tu pregunta, fue muy esclarecedora.

Augusto se lo quedó mirando sin entender el enigmático comentario.

—¡Vamos! —urgió Lug a Torel—. Tenemos que movernos más rápido que esto, tenemos que llegar cuanto antes al portal.

Torel pasó la orden a su gente, y los sylvanos apuraron el paso, aunque no pudieron aumentar mucho la velocidad en medio de la tormenta. El viento que comenzó a levantarse, azotando a los árboles que eran vapuleados sin piedad, entorpeció aún más el avance.

El sonido combinado de los profusos truenos, la lluvia, el agua corriendo por los senderos y el rechinar de las ramas de los árboles en el viento ocultó el desgarramiento de un árbol añejo hacia la izquierda de donde avanzaban. El grueso tronco comenzó a caer sobre el grupo. Torel se dio cuenta a último momento de que iba a caer sobre su cabeza, aplastándolo sin remedio. Se soltó de las manos de sus congéneres y solo atinó a cubrirse inútilmente la cabeza con los brazos. En el último segundo, el tronco desvió su trayectoria de forma antinatural y terminó desplomándose a medio metro de él. Torel se volvió hacia Augusto que jadeaba con el rostro pálido:

—¿Tú hiciste eso? —cuestionó el sylvano.

—Ajá —sonrió débilmente Augusto.

—¿Cómo?

—Mover cosas es una de mis habilidades —contestó el muchacho—. Aunque debo decir que nunca había movido algo tan pesado.

—Gracias —asintió con la cabeza Torel. Había un nuevo respeto en sus ojos para con aquellos extranjeros.

—De nada —asintió a su vez Augusto—. ¿Podrías...? —señaló hacia arriba.

Solo entonces, Torel se dio cuenta de que todos se estaban mojando. Al soltarse de los demás, Torel había roto el círculo de energía que sostenía el escudo protector. Enseguida, volvió a tomar las manos de los demás sylvanos y restauró el paraguas energético.

—¿Estás bien? —le murmuró Lug a Augusto al oído. Le preocupaba la palidez de su yerno.

—Bien —asintió Augusto—. Es solo que... este lugar parece cobrar su cuota de cualquier intento de usar energía. Para mover ese tronco tuve que hacer un esfuerzo como para mover todo un bosque de troncos.

—Lo sé —dijo Lug—. Lo mismo me pasa a mí. Hiciste bien en salvar a Torel, pero de ahora en más, trata de guardar tus energías.

Augusto asintió y Lug apretó los labios con preocupación. La inminente destrucción de Arundel había empeorado las cosas notablemente. Era como si aquel mundo se negara a morir, y, en su último momento agónico, se estuviera tratando de hacer con toda la energía posible de sus habitantes para alargar su existencia, aunque más no fuera por unas horas más. Lug notaba el esfuerzo físico cada vez más palpable en los rostros y en el andar de los sylvanos. Sin embargo, el estado físico del propio Lug no se veía afectado. Lug se dio cuenta de que el paraguas energético no solo lo protegía de la lluvia y el viento, sino también del drenaje de energía. Comprendió que la pérdida excesiva que había sufrido Augusto se debía a que aquel círculo protector se había roto por un momento cuando Torel se soltó de las manos de los demás. La Llave de los Mundos se preguntó cuánto más aguantarían los sylvanos antes de que la pérdida de su energía vital los terminara matando. Encontró prudente no compartir sus elucubraciones con Dana y Augusto. No quería agregar más ansiedad y angustia al grupo.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora