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Celebrar tu cumpleaños en un cementerio es muy triste. Soy consciente de que no es algo muy usual, pero quiero dejar claro que esta es solo la primera vez.

Marcus, mi mejor amigo, me pone la mano en el hombro a modo de apoyo emocional. Él no es una de esas personas que expresan sus sentimientos en momentos delicados con palabras, su tacto es mucho más reconfortante. Y sé que, en el fondo, esto es tan duro para mí como para él.

Procuro no perder el equilibrio por algunos de los senderos arenosos que hay entre algunas tumbas del cementerio de Lake View de Seattle. La mayoría del terreno de este está cubierto por césped, pero hay algunas zonas por las que es más dificultoso caminar, aunque, en conjunto, he de admitir que es un cementerio hermoso. Dentro de lo que cabe, por ser un cementerio, no está mal.

Marcus y yo seguimos avanzando entre lápidas con nombres, apellidos y fechas justo cuando el sol está a punto de desaparecer por el horizonte. Es la hora más tranquila, cuando hay menos gente por la cercanía a la noche. Por alguna extraña razón, la gente huye de los cementerios de noche... Yo opino que no hay nada de malo.

—Estamos cerca —me avisa Marcus—. ¿Vas bien?

—Sí —respondo—, estoy lista.

Solo tenemos que girar a la izquierda, detrás de otras tumbas, y, con cuidado y la respiración agitada, tanto Marcus como yo posamos nuestros ojos en la que se lee:

«Will Kendrick, 29 de septiembre de 2019».

Intento reprimir las lágrimas que amenazan con desbordarse de mis ojos. Lo echo tanto de menos.... Y Marcus también. Todos lo echamos de menos. ¿Por qué tuvo que irse así, sin más?

Y encima el día de mi cumpleaños.

Marcus, Blair, Elina y yo hace justamente un año estábamos tranquilamente charlando en un restaurante del barrio de Capitol Hill, aguardando a que Will viniera para celebrar mi cumpleaños. Todos sabíamos que se había retrasado porque estaba en las audiciones del equipo de fútbol, ya que me llamó para avisar antes de que todo ocurriera. Resulta que la siguiente llamada que recibí no fue tan agradable: la madre de Will, sollozando, me contó cómo el coche de su hijo había volcado a causa de la lluvia cuando había salido de las pruebas para dirigirse al restaurante. A nuestro encuentro. Pero nunca lo hubo. Nunca pudo despedirse de mí; ni yo de él.

«Al menos te dijo un último "te quiero" por teléfono», me consuelo a mí misma. Aunque eso no quita que me haya arruinado el resto de los cumpleaños de mi vida. Este día ya no volverá a ser una celebración, pese a todos los esfuerzos que ha hecho mi madre esta mañana para hacerme un «desayuno especial». Naturalmente lo he rechazado.

Del mismo modo, hoy también he rechazado la invitación de la familia de Will para acudir a un acto de recordatorio en el mismo lugar en el que me encuentro, en el cementerio. La diferencia es que ellos se han reunido por la mañana para quitárselo de encima y seguir con sus vidas como si nada hubiera ocurrido. Yo, en cambio, prefiero venir con el crepúsculo, la hora favorita de Will.

Aún recuerdo cómo se peinaba el cabello rubio cuando el viento se lo removía mientras estábamos sentados en Alki Beach o en los Golden Gardens. Sus ojos estaban puestos en el paisaje cuando no me miraba a mí y se esclarecían cuando los últimos rayos de sol del día se reflejaban en ellos. Era increíble, por fuera y por dentro. Pero la vida nos fastidia a todos, ¿no? Esa es, al parecer, su función principal.

Intentando evitar el hilo de mis pensamientos, me agacho y toco la lápida con la ingenua idea de sentirlo más cerca. Cuando lo hago, una rebelde lágrima se me escapa del ojo derecho a la vez que me retiro un mechón de la cara que la brisa ha movido.

Hasta que la vida nos separeWhere stories live. Discover now