2. El significado de la felicidad

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Desde pequeña, Naruke Tomoe había amado todo lo relacionado con la repostería: los moldes, el azúcar esparcido por todos lados, la harina inflándose tras el calor de los hornos

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Desde pequeña, Naruke Tomoe había amado todo lo relacionado con la repostería: los moldes, el azúcar esparcido por todos lados, la harina inflándose tras el calor de los hornos. Por ese motivo, cuando recibió el título de la Academia de Cocina, se sintió la mujer más feliz del mundo, y esa felicidad se hizo mayor cuando consiguió abrir su tienda. Cada vez que veía el enorme cartel iluminado con sus luces de neón, y las letras en dorado que escribían Panadería-Dulcería Dango-chan, sentía un orgullo inigualable.

Su primer año de trabajo fue magnífico. Disfrutaba el olor del pan en el horno, del caramelo hirviendo en las cazuelas. Cada mañana se despertaba dispuesta a dar lo mejor de sí, y le alegraba ver la sonrisa de los clientes complacidos con el servicio. A pesar de solo tener tres empleados, la tienda se sostenía bien por sí sola, y los ingresos aumentaban cada mes. No podía imaginar mayor alegría que esa, hasta que lo conoció.

Aquella noche de otoño había traído una repentina lluvia. Ella se disponía a cerrar la tienda, cuando un joven tocó con insistencia, suplicándole que lo dejara entrar a refugiarse. Ella le quitó el pesado abrigo y lo invitó a una taza de té. En la radio sonaba una canción de melodía triste y romántica. Intercambiaron muy pocas palabras, pues la mayor parte del tiempo lo único que hicieron fue mirarse de reojo. Aquellos ojos, de un verde oscuro, como de bosque profundo,  se escondían tímidamente cuando los de ella, de un esmeralda cenizo, los investigaba con interés. Desde ese momento supo que en su vida algo faltaba, y ese algo era él.

Pasaron los días, y él iba cada tarde y compraba una hogaza de pan. Ella, en lugar de tomar su dinero, le brindaba un poco de té. Así fueron las primeras tres semanas, hasta que en un día de octubre él la invitó a salir. Entonces volvió a sentir un hambre desesperada de felicidad, que no fue saciada hasta un año después cuando, vestida de blanco, fue conducida hasta el altar donde él, con una sonrisa algo desfigurada por los nervios, le colocó el anillo que sellaría para siempre sus vidas.

Ahora, balanceándose en la mecedora, Okazaki Tomoe miraba las hojas secas de los árboles caer. El médico le había ordenado reposo, por lo que no podía atender la tienda con la frecuencia de antaño. Acariciaba su panza redonda, y tarareaba canciones de cuna para tranquilizar al bebé, que había empezado a patear con insistencia. Recordaba sus días pasados, y sonreía convencida de que lo que ahora tenía era la verdadera felicidad, pero en el fondo sabía que no duraría mucho, porque cuando aquella criatura naciera, su regocijo aumentaría, y en ese instante sí podría afirmar que conocía el verdadero significado de la felicidad.

La quinta estaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora