1 - 'Braemar'

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No, no he podido resistirme. Aquí tenéis el primer capítulo diez días antes de lo previsto JAJAJA


CAPÍTULO 1 - 'BRAEMAR'

Odio a los vampiros.

Sí, lo has leído bien. He dicho vampiros.

Vam-pi-ros. Esos seres místicos con colmillos y piel pálida que se ocultan en la noche para atacar a pobres almas inocentes y beber de su sangre... sabéis de lo que os hablo, ¿no?

Sí, he visto Crepúsculo, no te preocupes.

Pues sí, los odio. De hecho, los detesto. Nunca he querido saber nada de ellos ni acercarme a ninguno.

No mucha gente sabe que realmente existen y no son tan solo un mito moldeado a lo largo de los años. Porque sí, los vampiros existen, son muy reales y según los cálculos que hice hace unos días, al menos te has cruzado con tres durante toda tu vida.

Solo que no te has dado cuenta, claro.

Ellos saben ocultarse. Saben mantener su apariencia humana, pero si los miras un momento a los ojos, si te fijas en su forma de moverse, sus acentos ligeramente extraños... no tardas en darte cuenta de que algo va mal. No sabes decir qué es exactamente, pero sabes que algo va mal.

Pero bueno, volviendo al tema... repito: odio a los vampiros.

Por eso, no dejo de preguntarme qué hago entrando en la única ciudad vampírica que conozco.

Acerco la cabeza a la ventanilla del autobús y miro al exterior. Estamos en medio de la nada que es esa carretera rodeada de árboles gigantes, musgo —mucho musgo—, humedad —también mucha humedad— y una absoluta y escalofriantemente nula presencia de vida humana.

Braemar ponía la carta. El nombre de la ciudad. O del pueblo. No estoy muy segura de cuál es. No se puede encontrar información de ningún tipo en Internet y la única gente que sabe de ella es la que vive ahí, así que, como comprenderás, por ahora no tengo mucha más información que ofrecerte.

El autobús da un tumbo, girando para llegar a la próxima parada y yo empiezo a recoger mis cosas. Soy la única pasajera además de una señora mayor que se ha quedado dormida y que sospecho que no se bajará en la misma parada que yo, que es la que está a menos de cien metros.

Colgándome la bolsa de viaje del hombro, en la que he conseguido meter milagrosamente todas mis cosas, me pongo de pie y me sujeto a la barra mientras el conductor termina de detener el autobús y me abre la puerta. Le echo una miradita de reprobación cuando veo que se está comiendo una hamburguesa tranquilamente mientras conduce.

—Eso es peligroso —le digo.

Él me mira, con la boca llena de hamburguesa, como si fuera la causante de todos sus malestares. Al final, se limita a señalar el cartelito que tiene junto a la cabeza.

—"Prohibido hablar con el conductor" —leo, y le enarco una ceja—. ¿Y qué pasa si hablo contigo? ¿Me van a meter en la cárcel por insubordinación contra conductores de autobús?

Él entrecierra los ojos y, finalmente, envuelve la hamburguesa restante en el papel, la devuelve a su cajita de restaurante de comida rápida y se centra en poner las manos en el volante.

—Gracias —murmuro, muy digna, y por fin me bajo del autobús.

Y ahora, en medio de una carretera solitaria y tenebrosa... me esperan veinte largos minutos andando sola hacia la ciudad.

La reina de las espinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora