XXVII

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ALEXANDRE

Lord Alexandre Allard, Duque de Beaumont, se había tomado el atrevimiento de abordar a una dama solitaria para organizar sus ideas, y tener un poco de paz mental.

Su cordura estaba pendiendo de un hilo, y no conforme con eso Freya no se la hacía menos fácil.

No era de los que le importase estar en boca de todo el mundo, pero sabía que debía poner un alto a la impulsividad de su adorada hermana.

No se controlaba, y temía por ella.

Y no precisamente en referencia al qué dirán.

Si no por el pasado, que había llegado de improvisto al presente amenazando con arruinar todo a su paso.

—Hice lo que me indicó —exclamó una voz a sus espaldas, mientras cerraba la puerta sacándolo de su letargo —. En esto momentos se encuentra en el dormitorio esperando su arribo —expuso a sabiendas de que ninguno de los dos creía las palabras que pronunció.

Seguramente ya no estaba en donde la había dejado.

Suspiró con pesadez.

Era demasiado difícil estar frente a su persona.

Eso era lo que más le conflictuaba en esos instantes.

Porque rodeados de decenas de personas en un salón era más llevadero, que tenerle tan cerca y a la vez tan lejos.

—¿La amenaza regresó? —preguntó sin más.

No estaba para rodeos.

Debía enfocarse en el tema que le había llevado a reunirse con esta.

—No sé decírselo con certeza —vio cómo se movía en el lugar, con una sensualidad asfixiante —. Lo único que puedo asegurarle es que, mientras este con vida, el peligro prevalece —asintió lentamente dirigiéndose a la chimenea.

Necesitaba una copa.

Algo que le ayudase a pasar el trago amargo.

Se relamió los labios sediento, mientras se contenía abriendo y cerrando las manos para no explotar.

» Esto le ayudará —miró sobre su hombro, quedando un poco descolocado al ver cómo le era extendido una copa de coñac —. Lo intercepté de uno de los meseros antes de subir a hablar con usted —lo tomó sin más espera.

Lady Luisa de Borja, la dama en cuestión se dirigió con movimientos escuetos hacia una de las sillas de la estancia, ubicándose en está invitándole a que la siguiese.

—No es una visita formal, Lady Borja —siseó con poca amabilidad, provocándola como siempre que la tenía en frente.

Era como su pasatiempo habitual.

—Es de mi entero conocimiento —lo miró con la frialdad imperturbable que la caracterizaba —. No se le olvide cuan avezada soy en el tema, y si no formo un escándalo es porque no me conviene.

La odiaba.

Esa mujer déspota, y fría sacaba lo peor de su persona.

—¿Cuánto tiempo? —dijo acercándose a la silla para sin mucha cortesía sentarse en esta.

—Un par de meses como mínimo, aunque con él nunca se sabe —siempre a la expectativa de cualquier cambio de último momento.

Estaba tan hastiado de que manejaran su vida.

—¿Quiere decir que todo mi mundo se caerá en picada en un par de meses? —achicó sus ojos azulados, mientras esta sonreía con cinismo y fingida diversión.

PROTEGIENDO EL CORAZÓN (LADY SINVERGÜENZA) © || Saga S.L || Amor real IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora