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El día del velorio de Lito, pasamos a buscar a Mónica por su casa. En la entrada del cementerio de Chacarita nos encontramos con la mujer y los hijos de él. Mi hermana se abrazó a la más chica que no podía dejar de llorar y, nos enteramos después, que le llevó mucho tiempo asimilar la muerte de su padre. Solo tenía dieciséis años y la conocíamos porque Lito nos había presentado a su familia una tarde en que lo pasaron a buscar por casa. Caminamos despacio y en silencio hasta el santuario en donde se le haría una pequeña misa. Entré solo acompañando a la familia porque Mónica estaba muy compungida –y tal vez traumada– y mi hermana prefirió quedarse con ella afuera. Entre todos los que se acercaron, encontré a mi padre. Me acerqué a saludarlo y me pidió que me quede a su lado, pero le mentí al decirle que prefería escuchar desde el fondo. Preferí sentarme al lado de la familia de Lito. Su mujer estaba muy afligida y su dolor lo ocultaba detrás de los anteojos negros que combinaban con su camisa. Su hijo mayor quizás era el que mejor la llevaba, o el que en realidad tomó el rol de hacerse cargo de la angustia de los demás. Me hubiera gustado recomendarle que se permita llorar todo lo necesario, pero quizás ya lo había hecho y yo no era el mejor aconsejando. Ayudé con el traslado del cajón hasta donde se ejecutaría el cremado. En lo único que podía pensar mientras caminaba cargando, literalmente, un cuerpo muerto, era que la vida me parecía demasiado minúscula. A veces ni siquiera alcanza para disfrutarla.

−¿Ya está? –preguntó mi hermana en un tono suave cuando regresé a la puerta de la capilla en donde estaba sentada en el borde de un cantero junto a Mónica que arrugaba en su puño un papel con el que se limpiaba la cara cada vez que la atacaba la angustia.

−Sí... −suspiré y me senté junto a ella– ¿Los hijos de Lito ya se fueron?

−Estaban esperando a Laura –la madre. Entonces nos quedamos en silencio. ¿Qué más podías hablar en un contexto como tal? No había espacio para ningún comentario, chiste o rumor. Ya había un nuevo grupo familiar reuniéndose en la entrada de la capilla cuando llegó otro auto fúnebre en el que cuatro varones se acercaron a sacar otro cajón. Me llamó mucho la atención un nene que tendría diez años que estaba abrazado a las piernas de una mujer que, calculo, sería su madre. Ella quería seguir al malón para entrar a la capilla y él se ancló al suelo mientras negaba con la cabeza. Una chica más jóven, quizás su tía, prima o hermana, también se percató de lo mismo y se acuclilló frente a él. No sé qué le dijo, pero él le tomó la mano y se fueron a caminar– ¿Te querés venir con nosotros a casa, Moni?

−No, corazón, estoy bien. Mis hijas están esperándome afuera –dice– ¿Ustedes se van a quedar un rato más?

−No creo que mucho. A mí ya me gustaría irme... −comentó mi hermana.

−¿Con quién está hablando papá? –interrumpí cuando lo descubrí a una distancia prudente, pisando el pasto que supuestamente está prohibido, conversando junto a alguien.

−¿Dónde está? –y se lo señalo.

−Es Germán y su hijo –confirmo después de ajustar la vista– ¿Qué hacen acá?

−No sé. ¿No los viste en la ceremonia? –y negué sin apartarles la vista. Papá no dejaba de hablar y Germán parecía molesto porque cada tanto lo interrumpía. Santiago solo estaba parado a un lado de su padre, como si fuese su guardaespaldas.

−Germán lo conocía a Lito –agregó Mónica– siempre venían a casa y se llevaban bien. No veo por qué no haya tenido la amabilidad de acercarse a despedirlo –y me hubiera encantando responderle que no creo en la amabilidad que ellos predican, pero llegó mi madre que, sorpresivamente, se sacó los anteojos y se acercó a saludarnos.

−No sabía que estabas –le dijo Eugenia después de saludarla.

−Llegué hace un rato, me quedé afuera charlando con Laura. Hola, Moni –y le sonrió con tal congoja que cuando Mónica se levantó para abrazarla, volvió a llorar sobre su hombro– lo sé, lo sé... −y le hizo un mimo en la espalda– no te voy a decir que todo va a estar bien porque te estaría mintiendo, pero te prometo que en algún momento va a estarlo –le dijo en un tono calmo, lleno de paz que intentó transmitirle y también nos la transmitió a nosotros– ¿Querés venir con nosotros?

ASIGNATURA PENDIENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora