XXIX

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ADLER

Por lo que parecieron horas, pero solo fueron minutos lo que duró sin dar señales de vida el doctor. En ese lapso, el corazón de Adler se sintió a la deriva.

Perdido en un callejón sin salida.

Con la respiración entrecortada, al no llegar hasta sus pulmones.

No era el único que esperaba que abriera los ojos, y saltase de improvisto con su risa burbujeante, diciendo que era una broma, pues su hermano y amiga también hacían lo propio en uno de los extremos intentando raramente consolarse mutuamente.

Pero, eso no era importante para el rubio, que en otro momento le hubiese parecido cuanto menos curioso al llevarse como perros y gatos. Sin embargo, la palidez, y respiración entrecortada dejaba en evidencia que la mujer de la que estaba enamorado realmente se hallaba inconsciente, y pensar lo peor se tornaba posible e insoportable.

Las exclamaciones de alivio de algunas de las mujeres que los rodeaban hicieron que de alguna manera se serenara un poco, cuando por fin arribaba el matasanos.

De alguna manera la tranquilidad surcó su alma atormentada, con algo de esperanza para que aquel bache se resolviese a la brevedad.

Se abrió paso entre ellos pidiendo espacio, y aire para la afectada.

Ordenando que los dejasen a solas, solo autorizando que los familiares se quedaran a la espera de puertas para afuera, y algunas doncellas a su disposición.

Cuando estuvieron fuera de la estancia, y la pequeña multitud se dispersó pudo observar que Alexandre parecía una bestia encerrada, que gruñía por salir.

Con una Luisa que lo acompañaba a todo momento como se percató con anterioridad, tratando de tranquilizarle sin mucho éxito.

Daba gracias que hasta la Condesa viuda se hubiese ido, y su familia se hallara en las actividades y no se enterasen aun del nefasto acontecimiento.

No tenía ánimos para escuchar los reproches de su madre, y hermanas.

Su padre sería un buen apoyo, pero lo prefería distrayendo a su progenitora.

—¡Somerset! —llamó su atención Beaumont, antes de que este pudiera acercarse —. Dime que no estoy loco, y no soy el único que se percató de que la mejilla de mi hermana estaba decorada con un cardenal —con la confianza suficiente la castaña jaló al francés y le dijo algo al oído que lo puso a bufar, para altaneramente darle la razón con un leve asentimiento de cabeza.

Mientras aquello ocurría, caviló en lo escuchado, y tenía que reconocer que su próximo cuñado tenía razón.

La perfecta piel del rostro de Freya estaba magullada, y aquello no se lo había podido propinar la caída de un caballo.

—Que no está loco, Excelencia —refutó Lady Borja, con un tono de voz parco, ni bien volvió a tomar distancia para incluirlo en la conversación —. Es solo que no es momento de desatar una guerra, cuando la damnificada no ha regresado de la inconciencia.

—Me importa demasiado poco lo que crea conveniente —la miró con rabia fulminante, que no la intimidó, porque le sostuvo el escrutinio hasta que el mismo que lo inició fue el primero que lo apartó —. Y es mejor que se retire —le mostró las escaleras —. Usted no es familia de Freya, y de conocida no creo que llegue a pasar.

Si le dolió no lo demostró, puesto que, levantó el mentón dejando entre ver la dignidad, y orgullo propio de una mujer de su nivel.

Que las palabras no podían rozarle, ya que las acciones son las que tenían valía.

PROTEGIENDO EL CORAZÓN (LADY SINVERGÜENZA) © || Saga S.L || Amor real IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora