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La noche anterior Gimena me llamó para saber cómo andaba y también arreglar un horario para juntarnos a desayunar porque quería contarme algo. Entonces esa mañana no sentí culpa de levantarme dos horas después de lo que indica el despertador y de avisar a mi secretaria que llegaría más tarde. Me tomé el tiempo necesario para remolonear en la cama y cuando logro levantarme me encuentro con Juez sentado en el límite de la puerta, como quien te mira esperando a que reacciones, a que le des de comer o quien sospechó que algo más había pasado porque no es mi horario habitual para arrancar el día. Gimena me manda un mensaje con la dirección exacta del bar en donde debemos encontrarnos, lo leo después de salir de la ducha y se me escapa una sonrisa porque es el mismo al que siempre íbamos cuando salíamos de la facultad.

−¿Estabas con memoria emotiva? –le pregunto al saludarla cuando me levanto de la mesa para recibirla. Llegué quince minutos antes de lo acordado y ella se retrasó diez.

−Ay, es que hace mucho no vengo acá. Hola –y me abraza fuerte cruzando los brazos por detrás de mi cabeza– ¿Ya te pediste, guacha? –por encima de mis hombros ve que ya estoy consumiendo un licuado y dos medialunas de manteca.

−Ya ordené lo tuyo, pero pedí que lo traigan más tarde –a lo que Gimena ríe porque nos conocemos lo suficiente– ¿Venís de la mediación?

−Sí –exhala un montón de aire y se deshace de la campera y el bolso antes de sentarse– qué estrés me generan los divorcios y los padres que no pasan la mantención.

−¿En algún momento se va a erradicar eso?

−Ya para ésta época pensé que no iban a existir más. Pasá el maldito dinero y dejame de joder –y se me escapa una risa sosteniendo la bombilla del licuado con los labios– pensé que iba a llevarme menos tiempo, pero tuve una discusión bastante amplia con el otro abogado.

−¿Quién es? ¿Lo conocemos?

−No, es jovencito así que se habrá recibido hace poco y su defendido será un tío o primo.

−Hablá por vos –acusé, y esboza una sonrisa. Un camarero se acerca y ubica frente a ella un jugo exprimido de naranja y dos muffins– yo nunca defendí a ningún familiar como primera experiencia.

−Vos porque estás más allá de todos los mortales –halaga y prueba el exprimido que está ácido porque arruga mucho la nariz– hablando de padres y de hacerse cargo, ¿cómo estás con lo del tuyo?

−Bien –subo dos hombros– qué se yo... ya sabes, nunca lo sentí mi padre y nunca lo fue, pero no sé por qué sentí un poco de culpa en el momento en que lo desconectaron.

−¿Por?

−Porque él quiso conocerme más de lo que le permití –respondo– y tal vez estaba queriendo reconectarse con su hija porque ya sabía que no le quedaba mucho tiempo.

−¿Y vos cómo ibas a saber eso?

−No necesitaba decírmelo, quizás yo tendría que haber dejado de actuar desde el rencor.

−¿Pero cómo no ibas a estarlo, negra? Te abandonó –y espolvorea un segundo sobrecito de azúcar en el jugo.

−¿Y de qué me sirvió ignorarlo toda la vida? –creo que ya no se lo pregunto a ella, sino a mí– ¿Cuánto tiempo más iba a estar odiándolo por algo que no proyectó? No tuve la culpa de que no me quisiera, pero cuando volvió a buscarme no lo hizo con ningún tipo de interés, solo... quería conocerme.

−¿Tu mamá cómo anda?

−Bien –un suspiro– le está llevando su tiempo asimilarlo, pero mejor que esos primeros días. No es que me afecta su fallecimiento, pero me empecé a hacer éstas preguntas.

ASIGNATURA PENDIENTEOnde histórias criam vida. Descubra agora