Parte 47 (I)

21.3K 3.7K 4.3K
                                    

Héctor también apretó mi mano unos segundos mientras su mirada se perdía en la oscura noche nublada. Permanecimos tumbados en silencio sobre la nieve. No dijo nada, ni me miró. Me preocupó ver cómo se sumía de nuevo en esa tristeza que le apagaba los ojos. No parecía que haber encontrado una aliada le hubiera devuelto la esperanza. Solo se escuchaba mi lastimera respiración y lo único que se movía era el vaho que salía de nuestras bocas. Tuve que soltar la mano de Héctor cuando me puse a toser por el frío y noté un dolor horrible en el tórax por culpa de mis malogradas costillas. Empecé a tiritar porque me estaba quedando helada.

—Deberíamos volver —murmuré sacándole de su trance.

—Espera, las antorchas tienen que estar a punto de apagarse.

Las observé, no parecía que fueran a consumirse pronto. Su fuego estaba muy vivo, así que me sorprendió que un momento después se apagaran de golpe, como si un gigante las hubiera soplado. Entonces aparecimos en Madrid, en la esquina en la que habíamos estado discutiendo antes de transportarnos a la montaña. Yo estaba tumbada sobre la acera junto a un coche, con la ropa húmeda por la nieve y manchada de sangre. Héctor en cambio estaba de pie, seco, como si nada le hubiera ocurrido.

—¿Te ayudo a levantarte? —me ofreció la mano.

Ni siquiera me moví y mis costillas protestaron. Si me ponía de pie me dolerían aún más.

—No, estoy bien así. —Me mostré tranquila y me acomodé en la acera como si estuviera en mi cama.

—¿En el suelo?

—Me gusta el suelo —cerré los ojos intentando demostrar que estaba cómoda.

—Hace frío y estás malherida. ¿Te llevo al hospital o llamo a una ambulancia? —se puso de cuclillas a mi lado.

—No, no. Yo me curo sola. Tú no te preocupes, es solo que tarda un rato. No llames a nadie, me llevarían al Área 51 a hacer experimentos conmigo o algo así.

Héctor resopló disimulando una sonrisa.

—Si te quedas tirada en la calle te verán igual.

—No me verán si me quedo muy muy quieta.

—¿Crees que mis vecinos son tiranosaurios? Venga, te ayudo a levantarte.

Insistió y le rogué con mi expresión más lastimera que me dejara quedarme. Acabó cediendo, se armó de paciencia y se sentó a mi lado. Para cambiar de tema le expliqué que eso de que los tiranosaurios solo veían el movimiento era un mito. Sentí entonces un cosquilleo en mis dedos. Estaba tan concentrada en aguantar el dolor que pensé que era Héctor acariciándome, pero él estaba al otro lado. Me giré para mirar lo que era y chillé horrorizada al ver una cucaracha subiéndose a mi mano.

Me puse de pie de un salto, agitando la mano que había sido mancillada por el infame insecto e intenté subirme al capó de un coche. Pero el subidón de adrenalina no me duró mucho y la pierna que me había lastimado en la montaña cedió. Héctor me sujetó antes de que me cayera al suelo de nuevo.

—¿Qué te pasa? —preguntó alarmado.

—¡Cucaracha! Una cucaracha. M-me ha tocado —balbuceé histérica.

—Joder, ¿pueden hacerte daño? —sin soltarme me apartó el pelo de la cara, preocupado.

—No, pero me dan... me dan mucho asco.

Esta vez Héctor no pudo aguantar la risa, pero no le duró mucho porque me dejé caer sobre él. Me había mareado. Sentí una punzada horrible en el costado cuando me cogió en brazos. Cargó conmigo hasta su portal, reconocí el ascensor cuando entramos. Llegamos a su piso e hizo equilibrios para abrir la puerta sin soltarme. Cuando entramos en su casa comprobó que no hubiera nadie más, encendió la luz y me llevó hasta su cama donde me depositó con cuidado. Traté de no apoyarme mucho para no mancharla con mi ropa húmeda.

Cuervo (fantasía urbana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora