Parte 47 (II)

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Carraspeó y por fin arrancó.

—Hará unos siete meses, en abril, una noche aparecí en medio de la montaña. Así, sin más. Estaba en mi cama durmiendo, y de repente estaba allí, en medio de la nada en pijama y muerto de frío. El hombre y la mujer que viste me agarraron y me llevaron a rastras a una roca. Yo les preguntaba qué estaba pasando, les pedía que me soltaran, pero no me hicieron caso. Me quitaron toda la ropa y me ataron usando las cadenas que viste. —Estaba hablándome a mí, pero sus ojos estaban clavados en la pared que tenía enfrente y se frotaba las manos, nervioso—. Yo estaba acojonado, no sabía qué estaba pasando y entonces apareció el águila. Cuando me encadenaron imaginé que me iban a matar, que me iban a hacer daño, imaginé cosas horribles, pero nada como tener que ver cómo ese monstruo se comía mis tripas. Cómo arrancaba trozos de mí y se los tragaba. —Se detuvo un momento para mirarse las manos—. Me desmayé, supongo que por el dolor, y cuando desperté estaba en mi cama, ileso y con el corazón a mil por hora. Pensé que había sido una pesadilla de las malas. Y, bueno, esa noche no pude dormir porque estaba muy alterado, pero también aliviado de que solo hubiese sido un sueño. Hasta que la noche siguiente volvió a pasar lo mismo, y la siguiente, y la siguiente y así todas las putas noches desde hace siete meses.

Se frotó los ojos y se cruzó de brazos. Volvía a mirar a la pared de enfrente.

—Lo primero que intenté fue no quedarme dormido, porque pensaba que eran pesadillas, pero despierto me atrapaban igual. Después intenté resistirme, pelear, usar armas de todo tipo, estar listo. Entrené, me maté en el gimnasio, pero no sirvió de nada. Solo lograba hacerme daño. Las balas no hieren a Cratos y a Bia. Traté de sobornarles, les ofrecí de todo, todo lo que se me ocurrió, no funcionó. Traté de huir, de esconderme, de estar en otra ciudad, de estar con gente, de estar con médiums y espiritistas. Nada sirvió.

» Entonces empecé a tomar drogas y a robar para pagarlas. Si iba a pasar por aquello por cojones, al menos no quería sentirlo. —Giró la cara hacia mí un par de segundos, pero no se atrevió a mirarme—. Ayudaban, pero no eran suficiente, así que tomaba más y más y una noche me encontraron en la calle inconsciente por una sobredosis—suspiró y miró al suelo, mortificado—. Dijeron que estuve a punto de morir. Me encontraron lesiones, costillas rotas, quemaduras. Mis padres ya estaban preocupados, pero entonces se volvieron locos. Del hospital me ingresaron directamente en un centro de desintoxicación y allí... allí no me fue bien. En menos de una semana la lie y acabé en un hospital psiquiátrico. No pensé que las cosas se pudieran poner peor de lo que estaban hasta que llegué a ese lugar.

» Allí me metían una mierda que me hacía estar más consciente aún, impedía que me desmayara de dolor en la montaña y lo tenía que vivir todo. Lo sentía todo. Tuve que ver como esa bestia infernal me abría, cómo se cebaba, cómo mis tripas colgaban de su pico, cómo...

Se interrumpió al volver la vista hacia mí. Yo estaba hecha mierda, tenía los ojos brillantes y había dejado de respirar escuchando su relato. Traté de recomponerme para que él pudiera seguir.

—¿Y qué pasó? —pregunté.

No pudo seguir hablando hasta que dejó de mirarme.

—Perdí la cabeza y me puse muy violento, ataqué a todo el que se ponía por delante, me partí el brazo golpeando algo y acabé contándolo todo. Por supuesto que nadie me creyó. Solo me sedaban y hablaban de delirios, de alucinaciones, probaban distintas terapias y drogas conmigo. Lograron que durante el día solo fuera un ser sin voluntad, se me caía la baba de lo drogado que estaba. Esos días me juntaron con otros internos y uno de ellos, que me había escuchado gritar, me dijo que si mi problema eran los dioses debía consultar a un oráculo. De hecho, me dijo dónde encontrar uno en Madrid. No volvió a hablar, no pude sacarle más información. Me había rendido, pero aquello me dio esperanzas. Pensé que merecía la pena intentarlo. Además, tenía que salir de allí antes de volverme loco del todo. Así que empecé a fingir que estaba bien, empecé a colaborar. Me inventé traumas y movidas para darles a los médicos algo que poner en sus informes. No es fácil que te crean, pero acabaron haciéndolo. Al final volví a casa en septiembre. Mis padres les habían dicho a mis amigos que había tenido mucha ansiedad y me había ido a un "retiro", así que ellos saben una pequeña parte, pero no todo —se giró hacia mí y me miró por fin—. No puedo contarles todo.

Cuervo (fantasía urbana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora