Capítulo 20 - El hombre de las mil soluciones

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Al llegar a la sala, me encuentro un montón de herramientas por el suelo y a Blaime cerrando la carcasa del compresor, para después darle un tirón al cable que acciona el mecanismo, comprobando que funcione

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Al llegar a la sala, me encuentro un montón de herramientas por el suelo y a Blaime cerrando la carcasa del compresor, para después darle un tirón al cable que acciona el mecanismo, comprobando que funcione. El motor arranca, pero con el movimiento ha debido hacerse daño en el costado porque suelta un pequeño gemido, se echa la mano a las costillas y gira sobre sí mismo en un intento de controlar el dolor. Es entonces cuando me descubre, en la puerta, atenta a toda la operación.

—¿Ya funciona?— Inquiero apresurada evitando perder tiempo.

—Sí...— Suspira tratando de no dar muestras de dolor, para volver a ver el aparato— ¿Pero lo necesitas ya?

—Sí, ahora mismo, es urgente.

—OK— Sin dar más respuesta, toma el walkie que siempre lleva enganchado al cinturón para accionarlo— Base aquí Sanders, ¿hay algún efectivo libre ahora? necesito realizar un traslado de material médico en el hospital.

—Aquí base, negativo. En estos momentos todos los efectivos se encuentran en distintos operativos, tendrá que esperar.

—No puedo esperar— La comunicación se interrumpe con un chasquido. Y por un momento, me quedo bloqueada, viendo el dolor reflejado en la cara de Blaime después de realizar un movimiento tan sencillo como el de tirar de un cable, y sin poder hacerme una idea de cómo vamos a transportar el pesado aparato desde esta sala hasta el pabellón donde aguarda una mujer cuya vida depende de este trasto.

—Voy a buscar a George— Es todo cuanto se me ocurre. Estoy a punto de salir cuando contesta

—Ni siquiera sabes dónde está George, él no lleva walkie como nosotros— Su respuesta me frena en seco, y por un instante, me quedo paralizada en la puerta, valorando la información de Blaime, cuánto tiempo podría tardar en encontrarlo, traerlo y que él cargara con el compresor hasta el pabellón. Pero como siempre, me vuelve a sorprender demostrando que tiene solución para todo —Trae una silla de ruedas— A apenas dos metros de la puerta en la que estoy, veo una. La meto en la sala a toda prisa mientras él, haciendo un esfuerzo titánico carga con el compresor para ponerlo sobre la silla, haciéndose aún más daño al realizar un movimiento tan brusco y con tanto peso. Sorprendida por la imprudencia que acaba de cometer para sí mismo, le increpo.

—¡No deberías hacer eso! Si tienes una costilla fisurada con esos esfuerzos puede— Me interrumpe para replicar.

—Deja la bronca para después—Me replica con la voz entre cortada, el cuerpo en una contorsión imposible por el dolor, y sujetándose el costado con la mano izquierda.

Decido hacerle caso. Ahora con el compresor sobre una silla de ruedas, puedo transportarlo hasta el pabellón en el que aguarda Chel junto a la paciente, suministrándole aire con un soporte de respiración manual. Al verme entrar con el compresor sobre la silla se me queda mirando como si por la puerta acabara de entrar un unicornio.

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