III. Capítulo 4

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III. Capítulo 4

El Calafate

Después de lo vivido, dejar a Melisa sola en algún lugar tan íntimo como un baño era un peligro para quienes se preocupaban por ella. Rafael se mantuvo firme, y decidió esperar sentado afuera, preguntando si estaba todo bien a cada rato. Pasó un largo rato entre que ella abría y cerraba el agua para lavarse toda la mugre que traía encima, sentía que no había espuma suficiente que le sacara esa sensación de ser alguien ajena a sí misma. Así fue que al salir, debía secarse, pero se quedó cubierta con la toalla mirándose fijamente en el espejo. Buscando respuestas, intentando comprender qué era lo que le estaba pasando. Pero se perdió en el vacío de su mirada pensando conscientemente en la nada misma.

Pasados unos minutos de estar sentado junto a la ventana admirando el paisaje, al percatarse de cómo su pierna izquierda no dejaba de temblarle, comenzó a sentirse más nervioso todavía y de la bronca que sintió, inmediatamente se puso de pie y lanzó una patada contra la silla que lo hizo caerse sobre la cama del dolor. Estaba a punto de sumergirse en un llanto, cuando escuchó que colocaron una tarjeta en la puerta. Alguien más tenía la llave.

- ¿Rafa? ¿Qué hacés acá?- consultó Gastón extrañado y corrió a él al notar que tenía sus ojos llorosos- ¿Qué pasó? Tranquilo amigo, acá me tenés. Si querés contame, está bien si no estás bien...

- No amigo, no te preocupes...- forzó una risa- Es que, soy re tonto, me di el dedo chiquito contra la silla... qué acto demoníaco ese, eh.

Gastón, levantó la silla y la acomodó contra la pared para evitar que se la llevaran puesta, otra vez. Aún mirándolo de reojo, le hizo saber que contaba con su apoyo, necesitaba hacerlo, más sabiendo cómo lo estuvo él en su momento a su lado.

- Te conozco lo suficiente para saber que vos no mentís, pero sí ocultás. ¿Hay algo que te esté pasando? No dudes en pedirme ayuda, se te nota raro y quiero ayudarte. Debo, pero más que nada quiero. Nunca me dejaste solo a mí, no quiero cometer ese error con vos, ya perdí a varios amigos...

- Ay Gastón, quedate tranquilo. No te preocupes por mí, ¿si?- sostuvo una sonrisa Rafael y se levantó sacudiendo sus brazos con alegría- ¿Me ves? Estoy espléndido, libre, rodeado por fin de todos mis amigos, enamorado... ¿qué más puedo pedir?

- ¿Salud? No sé, es lo único que se me ocurre teniendo en cuenta que ni me dijiste al final qué fue lo que te inyectó la loca de Tamara.

- No me pasa nada, ¿sí?

- ¿Me lo estás preguntando o te estás queriendo convencer a vos mismo?

- ¡Basta Gastón!- Rafael se tiró en la cama cruzado de brazos, aún afectado- Y si así fuera, que algo me pasara por culpa de eso, o cualquier otra cosa, no tiene nada que ver con vos. Tenés tus propios problemas.

- Tendré mis propios problemas, sí. Pero vos sos mi amigo y me importás, ¿cómo dudás de si puedo o no preocuparme? No lo controlo, cuando te importa alguien es así. Realmente quiero que me cuentes qué te dijeron los médicos cuando te desintoxicaron. Estaba re loca Tamara, de sólo pensar en ella vuelvo a sentir el mismo miedo... estuve a punto de perderte a vos también por su culpa. Que en realidad, en ese caso, es mi culpa también. Así que sí, si algo te pasa a vos por lo que hizo ella, es mi responsabilidad arreglarlo, porque ella era la mía.

Escuchando la angustia de su amigo, Rafael sólo reafirmó su postura de mantener su condición en secreto. Gastón le dejó bastante en claro cuán culpable se sentía al respecto y no se perdonaría nunca hacerlo sentir de ese modo. Decidió acudir a un recurso que jamás creyó que estaría dispuesto a utilizar, el hecho de no haber mentido jamás en su vida, y refregarlo como recurso para defenderse, haciendo todo lo contrario. Con una mentira que le dolió hasta lo más profundo de su ser, pesando fuertemente en su conciencia y moral.

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