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Patricia se encontraba en una heladería pues nuevamente deseaba tanto tomar un helado de limón que se le hacía agua a la boca la sola idea de poder hacerlo.

Sin notarlo estaba en la heladería que se encontraba en frente de aquel restaurante francés que tanto amaba y que ahora en sus condiciones económicas ni siquiera podía nombrar. Los recuerdos de las veces que comió ahí con Marcela invadieron su mente, extrañaba tanto a su mejor amiga, pero debía reconocer que se comporto como la peor de las enemigas con ella, cuando Marce termino con Armando para salvar su empresa y a pesar de todo el dolor que sentía para que él pueda ser feliz aunque no sea con ella se hundió en una depresión a la que ella aporto mucho con sus cometarios y sus planteos continuos de lo tonta que había sido hasta que Marcela se canso, se largo del país y ya no le contesta las llamadas, la extraña pero quizá lo mejor es que jamás vuelvan a verse y ella aunque sea su mejor amiga nunca debe de saber de su embarazo, por su bien y el de su bebé.

La rubia iba saliendo del lugar con una enorme sonrisa al ver su delicioso helado en sus manos, parecía una niña pequeña ante los regalos de santa Claus, sin mucho interés la rubia fijo sus ojos en aquel exclusivo restaurante encontrándose con quien menos esperaba, él, el causante de sus desgracias, el padre de su hijo.

Lo vio tan elegante, con un buen traje, bien peinado, con una hermosa mujer de su brazo mientras ojeaba su celular sin ninguna consideración a su acompañante, parecía aburrido o perdido en aquel lugar.

Ella quedo inmóvil ante lo que sus ojos contemplaban, se sintió tan sola, tan olvidada, sabia que para él no fue más que una noche de buen sexo pero igual le dolía, le dolía la soledad en la que se encontraba, le dolía los recuerdos de su única noche juntos, le dolía su miseria, le dolía sentir la angustia de ser madre sin un hombre a quien amar y que la amase a su lado, toco su vientre comprendiendo que estaban solos en el mundo, aunque ahora Camilo pareciera algo seguro en su vida se auto convenció que no debía acostumbrarse pues como todos, él terminaría yéndose.




Camilo era muy feliz desde que Paty se mudo con él, jamás se había sentido tan cómodo durmiendo con una persona, ni siquiera con su novio, le gustaba la forma cómplice de tratarse, sabia que pese a no ser una pareja real siempre se amarían como amigos. Le gustaba ver como le crecía el vientre en sus cuatro meses de embarazo y se moría de risa con sus ocurrencias, sin duda alguna su pecosa amiga era increíble.

Estaba preparando la cena, Patricia le había dicho en la mañana que quería comer pastas y ahí estaba él cumpliendo sus deseos. Miro la hora y le extraño que aún no llegara, le dijo que solo compraría un helado luego del trabajo, a medida que pasaban los minutos Camilo se ponía aun más ansioso, sabía que últimamente exageraba en sus cuidados pero deseaba tanto que ese bebé llegará sano que le era imposible no preocuparse de más.

Había discutido con Marcos el día anterior, aunque no lo reconociera estaba celoso de su vinculo con Patricia y sabía que él tenía culpa de eso pues anteriormente le había dado razones con otra mujer pero eso era historia vieja, solo fue un momento de dudas en su sexualidad.

Estaba poniendo la mesa cuando escucho el ruido de la puerta, su amiga había llegado, la observo de lejos y supo que algo había pasado.

_Pecosa ¿estas bien?- pregunto él mientras se acercaba a ella.

_Si Cami, no te preocupes- Camilo la observaba como si tratará de descifrar sus pensamientos.

_Fiebre no tienes- dijo besando su frente- la pansa esta bien- dijo acariciando su vientre- ya sé, tuviste problemas con los pintores del restaurante- dijo tomando suavemente su mano como si con aquel gesto tratará de aliviar su pesar, ella solo negó con la cabeza- ¿No había helado de limón? Si quieres puedo ir al centro a comprarlo pero cambia esa cara que eres mucho más bonita cuando sonríes- dijo él logrando que Patricia sonriera- Mejor alégrate porque hice pasta como querías- menciono acariciando su mejilla.

_Gracias Cami, tal vez más tarde, ahora no tengo hambre- dijo Patricia en un susurro mientras soltaba su mano yendo rumbo a las escaleras- Y usare tu camisa si no te importa- dijo dirigiéndose a su cuarto.

Ella estaba acostada en la cama matrimonial que compartía con Camilo, estaba pérdida en sus pensamientos, en sus recuerdos mientras miraba el techo. 

Camilo entro a la habitación y verla ahí, con su camisa puesta le provoco una bonita sensación pero sabia que algo había pasado, algo la atormentaba, ya no quedaba rastro de la Paty alegre de siempre, de su Paty, de esa Paty que tanto le gustaba.

Ella sintió el perfume de Camilo, ese perfume tan varonil que le había encantado desde que lo conoció, sintió como el colchón se hundía ante el peso de su amigo.

_Paty ¿Qué pasó?- quiso saber él mientras tomaba la mano de su amiga dándole fuerza para contar aquello que tanto le pesaba.

_Nada Cami- mintió ella sin ganas de hablar de él, del padre de su hijo, de un hombre que jamás sabría que el fruto de esa noche llegaría al mundo.

_Paty- dijo Camilo viendo como los hermosos ojos azules de su compañera se cristalizaban- sabes que puedes decirme lo que sea- siguió diciendo al mismo tiempo que llegaba su mano a sus labios.

_Lo vi Cami, lo vi- susurro ella mientras las lagrimas comenzaron a salir, ella luchaba con su dolor, con su tormento, luchaba por tragar el nudo que tenía en la garganta para poder continuar hablando.

_Que sucedió- preguntó Camilo sintiendo una puntada en el estómago, no le gustaba escucharla hablar de él, no le gustaba que sufriera por él, no le gustaba que pensará en él.

Patricia comenzó a llorar sin poder detenerse, en cada lagrima sacaba un poco del dolor que venía guardando hace tanto tiempo, él solo la escucho en silencio, sintiendo el peso de sus lagrimas, queriendo sanar cada una de sus heridas, queriendo encontrar la forma para que ella nunca más sufriera, y sin decirlo en voz alta le prometió a Patricia, a su bebé, al universo y a él mismo que dedicaría su vida a hacerla feliz.

Aquella noche Patricia durmió acurrucada con Camilo, apoyando la cabeza en su pecho mientras él acariciaba suavemente su espalda. Por primera vez encontró paz, la paz necesaria para conciliar el sueño, sabía que algún día él se cansaría de ella y de ese bebé que no lleva su sangre pero hasta que ese día llegara se iba a dedicar a disfrutar de su compañía, de su apoyo, de su cariño, de aquel hombre que de una forma un poco extraña y alocada se había convertido en el hombre más importante de su vida.

Polos opuestosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora