Parte XV: BAJO LA MIRADA DEL ENEMIGO - CAPÍTULO 143

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CAPÍTULO 143

Cuando Valamir estuvo lo suficientemente cerca del muelle como para ser visto claramente a simple vista, desvaneció el campo protector del velero y se mostró a los guardias que custodiaban el embarcadero. Uno de ellos se quedó en el entablado, mientras el otro se internaba corriendo en la isla.

Eso es, pensó Valamir, ve a buscar a tus compañeros, cuantos más sean, mejor.

Para cuando Valamir llegó a la punta del muelle, el guardia había vuelto con diez más. Valamir sonrió complacido para sus adentros. Con gran parsimonia, ató el velero con una gruesa soga al poste más cercano del muelle y saltó al entablado. Los guardias se revolvieron inquietos. Cuatro de ellos tenían las manos apoyadas en las empuñaduras de sus espadas y los demás portaban ballestas cargadas. Valamir observó que el muelle era demasiado angosto para que los guardias pudieran posicionarse de forma que su número fuera una ventaja. Los que portaban las espadas estaban adelante y los de las ballestas atrás. Aquellos jóvenes alumnos de Cambria no tenían idea alguna de cómo presentar una formación efectiva en aquel escenario de ataque. Era obvio que los de las ballestas no podrían disparar con precisión a su presa con sus compañeros obstaculizando el paso. Era obvio también que los de las espadas no sabían siquiera cómo pararse para crear una maniobra para encerrarlo.

—¿A qué se debe el comité de bienvenida? —preguntó Valamir con alegre despreocupación.

—Tenemos órdenes de escoltarlo hasta el templo blanco —dijo uno de los guardias con espada.

—Eso tendrá que esperar —respondió Valamir—. Tengo otras cosas que hacer.

—No —se plantó el guardia, aunque la voz le temblaba—. Tiene que ser ahora mismo. Tenemos órdenes de llevarlo a la fuerza si es necesario.

—¿A la fuerza? ¿Cómo? —cuestionó intrigado Valamir.

—No haga las cosas difíciles, somos doce contra uno.

—Eso parece, sí. Sé contar —dijo Valamir.

—No tiene a dónde escapar. Entréguese ahora —exigió el guardia, desenvainando la espada.

—Por supuesto —hizo una reverencia burlona Valamir.

Antes de que ninguno de los esbirros de Ileanrod pudiera reaccionar, Valamir se arrojó al agua y comenzó a nadar paralelamente a la costa. De inmediato, llovieron flechas de las ballestas sobre él. Valamir se sumergió, esquivando los proyectiles. Siguió nadando un trecho más y notó que cinco de los guardias se habían arrojado al agua tras él y trataban de encerrarlo. El resto solo observaba la persecución desde la costa, recargando las ballestas.

Valamir era un excelente nadador y ganó distancia rápidamente, pero un inesperado calambre en su pierna izquierda entorpeció su avance. Un momento después, se dio cuenta que lo que afectaba su pierna no era un calambre sino una flecha clavada en su muslo. Apretando los dientes, Valamir tomó la flecha y la tiró hacia afuera. Su sangre comenzó a fluir de la herida abierta, tiñendo de rojo el agua a su alrededor.

Como tiburones hambrientos, los guardias que nadaban tras él pusieron más esfuerzo para alcanzarlo al ver la sangre diluyéndose en el mar. Valamir siguió braceando con furia, pero sin el uso de una de sus piernas, los guardias finalmente lo alcanzaron. Lo tomaron con fuerza de los brazos y lo arrastraron hacia la costa. Forcejeando y escupiendo agua, Valamir opuso toda la resistencia que pudo hasta llegar a la playa. Una vez allí, cayó exhausto sobre la arena, gruñendo por el dolor en la pierna.

Cuatro guardias lo alzaron por las extremidades, chorreando agua y sangre, y lo llevaron en andas por un sendero que desembocaba en la amplia construcción blanca a la que los guardias llamaban templo, pero que en realidad era una parte de un antiguo palacio sylvano.

Ileanrod estaba apoyado ociosamente en el dintel de la puerta del edificio. Su furia se apaciguó notablemente al ver el estado de Valamir. Los guardias dejaron caer a Valamir en el suelo, a sus pies.

—Hola, Val —lo saludó Ileanrod de forma casual—. Te estaba esperando. Tú y yo tenemos muchas cosas de las que hablar.

Valamir apretó la herida de su pierna con una mano para tratar de parar la sangre e intentó incorporarse con un gemido, pero volvió a caer al piso. A pesar de su situación, Valamir debería haber estado exultante: su plan de distracción había funcionado a la perfección, sin embargo, algo estaba mal, muy mal. Ileanrod no debía estar aquí, debía estar en el portal, junto a Iriad. Pero eso no era lo peor de todo, no. Valamir abrió los ojos horrorizado al ver el colgante verde de Iriad en el cuello de Ileanrod.

—¿Dónde...? —gimió desde el suelo—. ¿Dónde está Iriad?

—En una de las cámaras —respondió Ileanrod—. Decidí que lidiaré con él después de que haya arreglado cuentas contigo.

No... no podía ser... las cosas no podían desbaratarse ahora... tan cerca de la meta... tan cerca...

Valamir suspiró, vencido. Todo estaba perdido.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora