Parte 49

22.4K 4K 4.2K
                                    

Me atrajo hacia él y me abrazó con fuerza.

—Joder, estás bien —suspiró aliviado en mi hombro.

No me esperaba aquel gesto en absoluto y me quedé tiesa como una estaca mientras él me envolvía con sus brazos. No supe reaccionar. Estaba muy alterada y aún no había podido procesar todo lo que había pasado con Apolo, la escoba, mi tía y ese poder suyo que probablemente había expuesto todos mis secretos. Era demasiada información que aún no había digerido y que Héctor me abrazara, que se preocupara por mí me confundía, no me halagaba. No entendía nada.

Bastaron un par de segundos para que su calor me desarmara y, aunque lo lógico habría sido devolverle el abrazo, me sentía demasiado vulnerable, demasiado asustada. No quería venirme abajo y echarme a llorar allí con todo lo que estaba pasando. Mi reacción, casi instintiva, fue liberarme de su abrazo. Él se apartó primero sorprendido y luego avergonzado. Tardó unos segundos en saber qué decir.

—Pensé que te había pasado algo. No contestabas el teléfono y...—cambió su tono de preocupación por uno más amargo—. Ya veo que solo estás cabreada. Supongo. No tenía que haber... Da igual, me alegro que estés bien.

Torció el gesto, se le notaba incómodo. Me mataba verle así, pero mi prioridad era huir de mi tía. No podía dejar que volviera a encerrarme.

—Tengo que irme —dije echando a andar a toda prisa para alejarme de mi casa.

Al ver que no me seguía caí en la cuenta de que le había dejado en visto un día entero, había rechazado su abrazo y ahora le daba la espalda. No se podía meter más la pata en tan poco tiempo. Regresé a donde estaba disimulando mi vergüenza.

—Tenemos que irnos —. Le agarré del abrigo y tiré de él.

—¿Por qué? —preguntó mientras me seguía.

No le contesté. Estaba demasiado agobiada y no sabía por dónde empezar. Caminamos sin rumbo unas cuantas calles hasta que Héctor se detuvo en seco.

—¿Qué está pasando? —me preguntó agarrándome del brazo.

Miré al suelo angustiada. No se me daba muy bien hablar con Héctor y además mi cabeza era un hervidero en esos momentos. Me aterraba cagarla, pero nadie iba a venir a explicarle las cosas en mi lugar, así que empecé a hablar dejando salir frases de la forma más ordenada que pude.

—No estoy enfadada. No podía contestarte. Mi tía tiene mi móvil, me ha castigado.

Él asentía levemente mientras me escuchaba, pero no parecía menos preocupado.

—Vale, pero ¿qué te pasa? ¿huyes de algo?

Las escamas y la angustia por Héctor habían desaparecido. Mi parte gorgona no interfería en mi cabeza, ahora solo era una niña dolida y asustada.

—Ella... mi tía puede leer mi mente.

El nudo de mi lengua se deshizo y le expliqué toda mi historia en menos de un minuto. Lo debí hacer muy mal porque Héctor frunció el ceño, me llevó hasta un banco de la calle, hizo que me sentara y me pidió que empezara desde el principio y fuera más despacio. Le conté por qué mi madre estaba en el Tártaro, le hablé de los problemas con mi tía y sus extrañas manías. También tuve que contarle quién era Apolo y qué había pasado aquella tarde. El don de mi tía sonó aún más terrorífico cuando lo dije en voz alta. Temí que pensara que estaba loca, pero supongo que cuando un águila gigante te come y vuelves a tu cama intacto cada noche te resulta más sencillo creer en cosas raras.

Él me escuchaba con atención. Mostró interés en conocer a Apolo y a mitad de relato se quitó el abrigo y me pidió que me lo pusiera porque, según él, estaba temblando. Yo estaba tan enfrascada en mi narración que ni me había dado cuenta.

Cuervo (fantasía urbana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora