Esos ojos azules, azules que vuelven loco a cualquiera, que lo vuelven loco. Su compañero de casi toda la vida, ese amigo fiel que tenía y que soñaba conseguir desde pequeño era el dueño de esos ojos de Atlántico, Atlántico que lo hacían caer profundo como el Titanic. Sus ojos esmeralda no eran comparado con los de ese hombre de traje morado elegante, buen cuerpo, su cabello rebelde peinado a la perfección y sus imnotizantes ojos de agua limpia en una vidriera. Sin duda estaba enamorado.