Mi abuela decía que el amor nacía en el estómago. En su época si querías enamorar a un hombre, la condición excluyente era que supieses cocinar. Pero además, que supieses hacerlo bien, y esa era la fórmula perfecta para garantizar el amor, un matrimonio duradero y la curiosidad del hombre siempre atenta, además de su conformidad. Por fortuna las mujeres de mi generación, aprendimos a disfrutar de la cocina, por gusto propio, sin que eso sea el pasaporte a ninguna relación, y mucho menos una condición que debamos cumplir para retener a nadie... ¡a menos que seamos muy buenas y ese sea el efecto de nuestro don!, o nuestro propósito personal. El arte de la cocina, es el único de todos, que despierta los cinco sentidos, al ponerlo al servicio del otro, y al nuestro propio. Como un delicado engranaje que vá recogiendo sensaciones a través de la vista, el gusto, el olfato, el tacto y el oído y luego nuestro cerebro decodifica en otras sensaciones que nos llenan de placer. Tal vez mi abuela no estaba tan equivocada, y el amor nace en el estómago... a consecuencia de indagar los cinco sentidos que despierta la cocina. La música, es arte. La pintura, es arte. La literatura, es arte. La cocina, es arte. Y en la sensualidad de explorar cada uno, con distintas perspectivas... puede nacer el amor. A pesar de las diferencias. Incluso con las diferencias. ¡Gracias a las diferencias!. Esta es la historia de dos artistas, que como todos los artistas, tienen visiones muy diferentes del arte. Que no expresan el suyo con instumentos musicales, ni pinceles, ni palabras bonitas. Tan sólo se sirven de cuchillos, sartenes, mangas pasteleras y moldes reposteros para explorar sus cinco sentidos. Y quizá en ese viaje de exploración, descubran que mi abuela tenía razón... y el amor nace en el estómago, pero se siente hasta el alma. "Mis cinco sentidos"
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