La vida constantemente le arrebataba las cosas, la hacía miserable, y nunca le devolvía nada para recompensar la miseria y el dolor en el que vivía cada día. Su madre murió, no podía ir a la universidad, no podía trabajar, y era obligada a permanecer encerrada en su casa para seguir sufriendo abusos con tal de proteger a su pequeño hermanito. ¿Aquello era vida? Ella no había conocido la alegría del todo, lo recibía en una pequeña descarga cada vez que veía a la gente a su alrededor... pero ella misma nunca lo tuvo. Amaba a su hermanito, pero ninguno de los dos había conocido lo que era la verdadera felicidad. Habían fingido toda su vida. En la escuela, Trish Trainor había sido la marginada bonita, tímida y retraída, llevando ropa lo suficientemente holgada a pesar del calor solo para ocultar los daños que su cuerpo había sufrido a causa de su padre.
Y solo fingía.
Que todo estaba bien.
Que todo iba a pasar.
Pero con el pasar de los años todo seguía igual.
Hasta que ella fue destrozada, y se vio obligada a escapar y llevar a su hermanito con ella.
Jaxon Daniels vivió en la miseria. Sus padres habían gastado cada centavo que ganaban en drogas y alcohol desde que el hermano gemelo de Jaxon murió cuando tenían seis años, y nunca pudieron dejar el vicio. Desde ese momento, todo en la vida de Jaxon cambió para mal, poniéndole obstáculos que eran cada vez más difíciles de superar. Ahora, viviendo con su hermanita bajo su custodia, trabajando para conseguir todo lo que necesitaban para sobrevivir, era aún más difícil. Y lo único que podía pensar él es que... nunca iba a cambiar. Siempre vivirían en la miseria, ni un gramo de completa felicidad iban a encontrar en sus vidas.
Pero ahí estaba Trish, un alma igual de desesperada, buscando ayuda.
Y todo lo que pudo hacer Jaxon fue zambullirse en el laberinto, en busca de una salida de la miseria que llevaba en su alma rota.