Intercambio

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Cuando aquella epístola apareció, pudo ver por primera vez una sonrisa en los labios de su madre. La euforia en ella era como un rayo de sol abriéndose paso entre una densa oscuridad. Era como si un gran peso sobre sus hombros finalmente la hubiese liberado de su opresión. Tras releer la contestación soltó un gran suspiro e hizo un gesto aprobatorio dirigido a su unigénita.

—Aceptó...—las palabras salieron de sus labios como una suave brisa de verano, incluso podría considerarse un tono tranquilizador. Era como si de pronto todo el rechazo que había expresado hacia su hija a lo largo de los años se hubiese esfumado—. Finalmente, un hombre con categoría se ha interesado en ti—exclamó llevándose una mano al pecho—. Es una gran noticia, Charlotte.

Justo a un par de pasos de distancia se encontraba la aclamada fémina que mantenía su mirada de resignación fija en el suelo. La sumisión era parte del pan de cada día, así era como debía comportarse o al menos eso era lo que su madre le había inculcado desde que tenía memoria. Sin embargo, dentro de sí había una voz que pedía a gritos ser escuchada y oponerse ante tal injusticia en su contra; los labios de Charlotte se entreabrieron levemente:

—Debe haber otra forma...—musitó mientras apretaba los puños, estaba frustrada. Ella no era ninguna clase de pertenencia y sin embargo, ese era el trato que recibía. Un objeto. Una cosa. Algo que podía ser intercambiado como método de pago en los negocios de su padre. Tomó una bocanada de aire y juntando todo su valor subió la mirada, encarando al enemigo—. Ni siquiera lo conozco, madre. No quiero formar parte de esto—alegó—. No puedo.

Su mirada se había ensombrecido y su sonrisa desvanecido en menos de un parpadeo. Ahí estaba la Lilith Magne que recordaba, la misma mujer que quería hacerla sentir inferior y obligarla a desear las mismas cosas que ella quería. Era algo que hacía a menudo, a veces le funcionaba, a veces no. Pero en esa ocasión no tenía ninguna oportunidad, no lo aceptaría.

—¿Qué fue lo que dijiste?—inquirió desconcertada, incapaz de contener su evidente falta de empatía hacia su única descendiente—. ¿Cómo te atreves a desafiarme en tu posición?

Aquellas palabras eran un arma de doble filo, sabía que hacía referencia no solo a su rango inferior dentro de la monarquía infernal sino también a su apariencia. Sabía que era diferente, sus padres se lo habían dejado claro desde su niñez. Era un ser imperfecto, no era un ángel como su padre y tampoco era un súcubo como su madre; ella era un ser corrompido por las influencias del infierno. Palabras tales como: Fenómeno, error, decepción, entre muchos otros insultos degradantes; eran escuchados a diario por la próxima candidata en la lista de sucesión.

—No fue mi intención—respondió por acto reflejo y volvió a bajar la mirada mientras fruncía el ceño levemente, la frustración que sentía era el mayor de sus pesares; no poder defenderse era una tortura. No había pedido nacer luciendo de esa manera, no era culpa suya ser diferente.

—Por supuesto que no lo fue—sentenció con aires de superioridad a la par que recargaba sus antebrazos en los costados del sillón y se impulsaba hacia adelante, irguiéndose de forma amenazante—. Te sugiero que comiences a empacar, tu estadía aquí ya ha terminado—sus palabras eran tan frías como su mirada impenetrable, ni siquiera lucía un poco consternada.

No habían palabras para describir cuan aterrada se encontraba. Su cabeza era una mezcla de emociones y sentimientos confusos. Quizás su vida era una tortura, pero ya estaba acostumbrada a ella; adentrarse a un nuevo sitio y pasar a ser la posesión de un completo desconocido bien podría duplicar o incluso triplicar su sufrimiento. Giró sobre sus talones y se retiró de la sala principal. Los pasillos nunca le habían parecido tan largos como esa noche, lo único que podía escuchar además de sus propios latidos era el preámbulo al llanto que emitían sus labios temblorosos; se sentía diminuta e indefensa. Cada vez veía más y más lejos la esperanza de tener una vida tranquila. No sabía absolutamente nada acerca de su destino y no había dejado de indagar al respecto. La puerta rechinó levemente tras ser abierta como era costumbre. No lo pensó más de dos veces y se tendió sobre su colchón con los ojos cerrados. El silencio de su habitación no tardó en romperse, simplemente no podía seguir conteniéndose. Era demasiado para digerir, de pronto había dejado de ser libre y su completa existencia le había sido arrebatada de sus propias manos. Y todo a causa de la avaricia de su padre por adquirir más poder. Había intercambiado a su propia hija a cambio de las almas esclavizadas del séquito de aquel negociador desconocido. No podía creer que realmente se hubiese atrevido a hacer algo tan vil como venderla. ¿Cómo es que había podido? ¿Es que acaso no significaba nada para sus padres? ¿Ni siquiera sentían remordimiento o culpa? ¿Todos esos insultos eran ciertos? ¿Acaso la habían expulsado de su vida solo por lucir diferente? ¿Esa era la verdadera razón?

MY DEERWhere stories live. Discover now