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Tu llegada fue perfectamente prescindible y
un tanto impertinente. Creí haber sepultado tus recuerdos, pero enseguida llegaste y reviviste lo que en mí estaba muerto. Te marchabas dejándome en el molestoso
silencio; cargada de soledad mientras las lágrimas manchaban mi existencia. Besabas
mis labios con carácter furiente, acariciando
mi piel con la brisa aunque estuvieses
ausente.

En baldragas internas fluía.
Mi mar en calma bailaba, y de él trataba de
egresar. Mi corazón había quedado estólido. No podía comprender por qué volvías, pero sin empatía; importándote nada que en tiempo flébil lentamente caía.

Carente de hombría, vestido de tu majagranzas.
Mi vida era un tanto brillante, pero por otro lado occisa. Mis pedazos aún no
habían sido raqueados, y sólo lo que había quedado, eran siluetas tenues e opacas perdidas entre la realidad y el pasado. Y es
que, todo se vuelve impertinente cuando todo lo que tienes al frente sigue en etapa de adolescencia; sobreviviendo entre vivencias
sin coherencia.

Eras como el mar que movía sus faldas sobre la arena, algunas regresaban con experiencias buenas, y otras, en pena.
Mi amor plúrimo siempre resaltando, sobre tus aires volando; callando miedos, aguantando estragos.
Mis ganas sepiternias a las tuyas no estaban ligadas...

Hablabas con elocuencia, llenándome del arte
de tú ataraxia, olvidándome completamente de cuidar mi galaxia y mis puestas de sol.
De mis ojos ocultabas el alba, cambiando tácticas en epifanía. Y es que, nunca te percatarías de lo que sentía.

                                                  -Daniela Vargas

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