Capítulo Único

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As Long As You're With Me

Por Quinn Merle Bain

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Un debate interno

No ocurría con frecuencia, pero si alguien llegaba a preguntar, la relación entre el doctor John Watson y el detective consultor Sherlock Holmes era estrictamente profesional.

Si el tema salía a colación (cosa que era menos habitual cada vez) John negaría con las palabras que se habían convertido ya repetitivas cada que alguien mencionaba aquello: "No somos una pareja"; "Disculpa, pero no soy gay"; "Por última vez, señora Hudson, Sherlock no es mi novio". Y aunque el detective nunca hubiera negado ni afirmado nada en ninguna de las ocasiones, el manifiesto del exmilitar parecía ser suficiente para acallar las voces que se detenían a curiosear.

Pero aquello no podía estar más alejado de la realidad, porque la verdad era que, si bien eran compañeros de piso, colegas al momento de resolver casos y muy buenos amigos, su relación resultaba más complicada y profunda que eso.

Hacía más de cuatro meses (y después de un accidente donde Sherlock casi había terminado muerto) habían acordado comenzar con una relación —en palabras del doctor— discreta. Eso significaba que no lo anunciarían a familiares, amigos o conocidos; tampoco se arriesgarían a hacer muestras de afecto en público, ya que cualquier movimiento en falso los podría exponer. El único momento en el que podrían expresarse con total libertad y seguridad sería en cuanto estuvieran en la privacidad de su modesto departamento, ni un lugar más.

Desde el comienzo había sido evidente que aquella era una situación complicada, incluso difícil de llevar en la rutina y con bastante riesgo. Tal vez se preguntarán si Sherlock Holmes, en su poca o casi nula experiencia con las relaciones amorosas, tenía algún problema con eso; pues la respuesta era que no. Prefería mantener las narices de su familia (especialmente la de su hermano), de sus conocidos e incluso de sus enemigos fuera de su vida privada; de hecho, pensaba que mientras menos estuvieran enterados de su vida, mejor. Sin embargo, sí había algo que lo había estado molestando y que aún no lograba comprender por completo, de lo cual no había podido encontrar una solución.

Todo había iniciado un lunes por la madrugada, justo cuando llegaban de haber resuelto un arduo caso.

—Gracias al cielo logramos atrapar a ese hombre a tiempo —suspiraba el doctor Watson destrozado por la ardua jornada mientras ingresaba al departamento y depositaba su saco sobre uno de los muebles—. Al final resultó ser alguien común, pero con mucha suerte como para haber estado evitando a la policía todo este tiempo. Debo admitir que fue astuto de su parte dejar pistas falsas, nos mantuvo ocupados un buen tiempo —concluyó acercándose al refrigerador.

Dos días para ser exactos, dos días enteros en los que John y Sherlock habían estado yendo y viniendo de la comisaría con Lestrade a los lugares más recónditos de Londres para recolectar pistas. Dos días hasta que finalmente habían atrapado al culpable y pudieron volver al departamento.

John estaba hambriento y en exceso agotado, y eso era totalmente justificable, el caso había durado más de lo esperado y en ese momento lo único que deseaba era tener algo en el estómago para después tomar una bien merecida siesta. Con cada parpadeo sentía una punzada de debilidad recorrer su cuerpo y los ojos más pesados que antes.

Sherlock lo escuchaba, aunque algo distraído en sus propios asuntos y cavilaciones.

—¿Tienes hambre? —preguntó John mientras revisaba el refrigerador en busca de algo que pudiera comer—. La señora Hudson ha dejado algo aquí, puedo calentarlo si deseas. —Y haría acopio de todas las fuerzas que le restaban para hacer aquello si es que la respuesta era afirmativa, mas, estaba empezando a considerar saltarse esa parte para ir directo a la cama y dormir (tal vez no llegaría a la cama, pero para eso estaba el sillón rojo).

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