La Coleccionista

11 2 2
                                    

Brunilda sintió una especie de escalofrío recorriéndole la espalda. No era frío, al verano aun le quedaban un par de semanas y llevaba haciendo muy buen tiempo noche tras noche, por lo que solía dormir sin mantas y desnuda. Se dio la vuelta pensando que eran imaginaciones suyas, o un reflejo por algo que estaría soñando en duermevela, pero la sensación volvió a ella, esta vez con más intensidad, aunque mucho más lenta. Comenzó recorriéndole un pie, subiendo por la corva y el muslo, la cadera, toda la espalda y hasta llegar a su nuca.

Como activada por un resorte y el corazón latiendo con fuerza se giró por completo y fue a desenvainar la espada que había apoyado junto al cabecero de la cama, pero la mano falló en su intento por encontrar la empuñadura. Al levantar la mirada, esta vez notando la sangre golpeándole las sienes, pudo ver una figura perfilarse entre las sombras apoyada sobre su hoja, que reflejaba suavemente la luz de la luna que entraba por la ventana. No era propio de ella descuidarse tanto cuando dormía en las tabernas del camino.

Pero lo que llamó su atención, por encima de todo aquello fueron los ojos de un amarillo intenso, como miel muy espesa y brillante con la pupila rasgada. Sintió de nuevo aquella sensación como una caricia, aunque esta vez tenía un tacto cálido y mucho menos áspero, y un pequeño remanso de calma inundó su mente. Tragó saliva y se levantó, dirigiéndose a las sombras en el rincón, sin tener del todo claro si era seguro o no, pero sin miedo.

-No vas a necesitar esto conmigo, me temo. -Susurró la figura, con una voz ligeramente ronca, al tiempo que la espada se esfumaba en un jirón de niebla verdosa, dejando un sutil aroma sulfuroso. Aquello no pareció intimidar a Brunilda, que siguió caminando hacia la misteriosa figura que se escondía de ella.

Alzó una mano lentamente, casi con respeto como si pidiera permiso, aunque sabía que no era ella quien tenía el control completo de sus acciones. Buscó una mejilla a la altura de los ojos y su interlocutora dio un breve paso al frente, saliendo de las sombras. Era más alta que ella, por unos diez o quince centímetros, con la piel de un verde intenso. Le recordaba al musgo, y le provocaba la misma sensación de querer tocarlo. Dos alas membranosas estaban plegadas a su espalda, y de su frente nacían dos cuernos rugosos que se combaban hacia atrás en punta alzándose hasta casi rozar el techo de la habitación. De la sutil sonrisa que dejaba entrever se podían adivinar dos pares de colmillos, pequeños pero muy afilados.

-¿Quién eres? -Preguntó Brunilda casi con lágrimas en los ojos, mientras llevaba su otra mano al rostro de la criatura y se lo acariciaba con ambas. El miedo había desaparecido por completo, reemplazado por una curiosidad compleja, como no había sentido nunca. La criatura iba desnuda igual que ella, y no parecía sentir pudor o recato alguno.

-Una viajera, una coleccionista. -Respondió de nuevo con aquella voz tan característica y que por algún extraño motivo se hacía muy agradable de escuchar. -¿No me temes?

-¿Por qué tendría que hacerlo?

-Porque tu primer instinto fue coger tu espada. -Un pensamiento cruzó la mente de Brunilda, como si hubiera olvidado que estaba en peligro, pero aquellos ojos impedían que apartase la mirada.

-Yo...

-Dilo. Dime lo que piensas. -La mujer trató de sobreponerse al bloqueo, sabía que algo no estaba funcionando como debería en su mente, y en un esfuerzo casi titánico se apartó de la figura, rompiendo el contacto físico en el momento en el que una decena de imágenes cruzó su mente.

-¿Eso es lo que coleccionas?

-¿Me temes ahora más que antes? -Respondió con cierta melosidad, evadiendo responder.

-No, es solo que nunca...

-Dilo. -Repitió. -Quiero oírlo. -Había cierta lascivia solo en aquellas palabras. No era una orden, era un deseo que necesitaba ser cumplido, un ruego apenas que se vería satisfecho con una simple respuesta.

La ColeccionistaOù les histoires vivent. Découvrez maintenant