Capítulo I.

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Advertencia: esto es Brokeback Mountain, pero en la guerra.

Advertencias de verdad: la trama comienza en 1943, en la guerra. A lo largo de la historia habrá muertes de personajes secundarios, homofobia interiorizada y alguna que otra escena un poco dura. Aunque en este primer capítulo no hay advertencias serias, iré avisando en cada uno de ellos para evitaros malas pasadas.


A hero of war, yeah, that's what I'll be

and when I come home, they'll be damn proud of me.

I'll carry this flag to the grave if I must,

'cause it's a flag that I love and a flag that I trust.

-Hero of war, Rise Against.


Una parte suya se quedó en África, esperando una vida que nunca llegaría.

Y una parte de África se adentró en él, escarbó hasta hacer herida y le dejó dentro un montón de recuerdos desordenados que nunca lograría quitarse de encima. Fue en ese intermedio, en la primavera del 43, cuando comprendió que el agua del mar nunca lograría limpiarle los restos sangre del todo. Fue allí, en la costa de Jijel, donde descubrió las playas más azules y los atardeceres más naranjas. Allí estaba Miki, sujetando una ametralladora por primera vez, con una ilusión incomprensible en la mirada. Y Álvaro, vestido con su uniforme inglés, llenando las noches de carcajadas que, con el paso de los años, habían comenzado a difuminarse.

Allí estaba también Agoney, justo la primera vez que lo vio, mirando alrededor como si no encajara, como si la libertad de ese pequeño descanso que la guerra les había dado le fuera ajena.

En ese momento el recuerdo de la voz de su hermano solía colarse entre sus pensamientos.

—Casi se muere, en Túnez —le explicó aquel día, siguiendo la dirección de su mirada—: una bala le dio en el abdomen y no le mató de milagro. El pobre llevaba desde el 39 en el Sáhara, en los campos de trabajo, y le ha faltado tiempo para unirse cuando le hemos explicado que el Ejército de la Francia Libre está plagado de españoles.

—Esperemos que no nos haya traído su suerte —murmuró Cepeda a su lado, con un cigarrillo entre los labios y el gesto torcido.

Por aquel entonces, Raoul ya empezaba a intuirlo: aquel chico, que se removía incómodo bajo su nuevo uniforme, le iba a traer problemas. Lo supo por el brillo de sus ojos, por el rastro de barba que arañaba sus mejillas, por la forma en la que flexionaba los antebrazos, cruzados sobre el pecho, bajo las mangas dobladas de su chaqueta.

Y, durante un tiempo, trató de hacerle caso a su instinto de supervivencia, a esa voz que le instaba a alejarse de él.

Pero lo cierto es que nadie se lo puso fácil y, sumido en un silencio extraño, demasiado impropio de él, tuvo que conformarse con verlo en todas partes, a todas horas, y mantener una distancia prudencial que a veces tan solo se medía en centímetros.

—¿Llevan todo este tiempo juntos? —le preguntó una vez Agoney, que en esos cuatro años alejado de España no había perdido ni un ápice de acento canario.

Raoul, acuclillado a su lado, llevaba un buen rato intentando enseñarle a usar una bazuca. A punto estuvo de dejarla caer.

—¿Qué?

—Tu hermano y tú —aclaró—, ¿estuvieron juntos todo el tiempo, desde que salieron de España?

Sosteniéndole la mirada, Raoul aún tardó unos segundos en responder.

Heridas de guerraWhere stories live. Discover now