parte única

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En una noche fría por los copos de nieve y el viento helado, en una habitación de hospital y con el velo de la muerte, yacía un joven estudiante jugando a un video juego en el teléfono móvil. La apariencia de este chico era para sentir pena: pálido como el papel de máquina y escuálido hasta el punto en que se podían ver sus huesos tallados, todo esto debido a la enfermedad que lo consumía cada día. El mirarlo solo hacía que uno pensara que estaba a un paso de entrar en el vórtice de la muerte, y para cualquiera sería difícil no sentir pena.

El chico levantó la cabeza, bajó las manos que sostenían el celular a su regazo y miró el cielo oscuro a través de las ventanas, reflejando en sus ojos las deslumbrantes luces de la ciudad. Los labios de él se inclinaron hacia arriba en una sonrisa ligera, mientras la luz en sus ojos se desvanecía por un momento.

"Es probable que mueras pronto, Itadori."

La voz de un hombre resonó una vez más en la mente del chico, devolviendo la luz a sus ojos que dentro de muy poco sería extinguida. Las palabras del médico aún estaban frescas en su mente, ya que olvidar algo tan honesto como eso sería difícil para alguien como él.

Él dejó de mirar hacia afuera y retomó el juego de combate que descargó hace como dos días y al que jugaba todas las noches para ganar un premio. De alguna manera debía quitar la soledad en su corazón mediante un torneo de juegos electrónicos, de no ser así, ahora mismo estaría sintiéndose tan solo que pensaría en morir más rápido.

Afuera de la habitación, a un lado de la puerta con la placa de identificación y número del paciente, estaba parado el médico de turno. El hombre no intentó entrar a visitar al paciente porque sabía que en esos momentos no podía, no cuando lo único que mantenía al chico con vida era un estúpido torneo de competencia.

Había estado siendo el médico cabecera de Itadori Yuji por más de tres meses y, habiéndolo conocido muy bien, entendió sus circunstancias mejor que él. El adolescente de dieciséis años estaba solo en el mundo, tan solo que hasta el momento ningún familiar había venido a visitarlo. El único miembro de la familia había muerto hace cuatro meses, un mes antes de que Yuji fuese internado, y desde entonces el chico quedó completamente solo.

Aunque él tuviera dos compañeros de clase que lo visitaban los fines de semana, por mucho, solo eran compañeros de clase y nada más. El chico no sentía que pudiese apoyarse en ellos como lo haría con algún familiar. Gojo lo conocía tan bien que pronto notó la anormalidad de su trato hacia ellos. Yuji nunca les dijo nada sobre su dolor, jamás les mostró el lado que sufría y solo fingió estar bien a través de una actitud positiva solo para no hacerlos preocupar.

Gojo soltó un suspiro, inclinando la cabeza hacia atrás para mirar las luces en el techo. Estaba preocupado por el estado mental del chico, porque cualquier persona que fuese diagnosticada con leucemia reaccionaría con fuerza y no en silencio como el niño. Era una enfermedad terminal de desarrollo rápido que no había sido tratada a tiempo y por eso la situación parecía irreversible ahora. El chico ni siquiera tuvo un diagnóstico temprano para iniciar el tratamiento rápidamente y sin demora.

El hombre cerró los ojos y contó en voz baja. Al llegar al tres, la voz suave y sin aliento del chico fluyó hacia él con calma.

—¿Gojo-san?

Sin hacerlo esperar, él agarró el pomo y empujó hacia dentro la puerta que tantas noches había sido la barrera interpuesta entre ellos. Gojo entró con una pequeña sonrisa en los labios, avanzando con las manos en el bolsillos de su bata blanca. Tomó asiento en la silla junto a la cama y observó las acciones nerviosas del otro, que le miraba con demasiadas emociones en los ojos.

—Gané —susurró, lento y difícil—. Yo gané el premio.

Gojo no pudo evitar sonreír de verdad esta vez, orgulloso de la fuerza del chico. Estaba tan débil que Gojo se preocupó mucho por él durante esas acciones de esfuerzo mayor, porque participar en una competencia mundial acarreó muchos efectos negativos en el cuerpo del menor. Por fortuna, él estaba allí para cuidarlo en esos momentos de crisis.

Con sabor a tristeza » GoYuuWhere stories live. Discover now