Silvestre

9 1 0
                                    

Después de ocho meses, por fin me abrazó. Al  instante ese muchacho que crié paso a paso, se me desmoronó en lágrimas. Pude sentir como se volvía de arena entre mis brazos. Ahora era más alto que yo y, aun así, se volvió pequeño. Quería mantenerlo firme con mis manos, levantar por lo menos su cara. Se acurrucó en mi hombro y me dijo —Ya aprendí, a ella no la pude cuidar— no entendía a quien se refería. Poso su barbilla sobre mi cabeza, como intentando disimular y continuó —Pero sí puedo cuidarte a ti. Ahora lo sé.— Terminó de reponerse y limpio sus lágrimas por debajo de sus lentes. —Ojalá no hubiese sido tan testarudo.— No sabía ni que decirle. Mi muchacho se me estaba rompiendo y yo no lo entendía. —Mi mamá se murió, ¿verdad?— Y eso se sintió como un escosor arena, una grieta que pensé olvidar hace no mucho. Hace ocho meses. — Sí, ella no va a regresar — le dije, sin pensarlo. De repente, mi nieto ya no estaba regado en mis brazos, volvió. Desde ese día ya no lo he vuelto a ver derrotado, creo que empezó a llorar a escondidas, entre sus libretas, tal vez. Lo sé porque algo en sus ojos cambió.  No sabría decirte si eran más café o menos brillantes. Quiero creer que llora por otras cosas, pero algo es bien cierto. Me cuida mucho, cada noche me trae un té de mandarina y mis pastillas, las conoce bien. Y yo no puedo evitar llorar un poquito después de que se va.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Mar 21, 2021 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Enramada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora