Prólogo

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Sefia se encontraba en la entrada del inmenso templo, ocupando su puesto habitual. Esperaba paciente que algún creyente fuera a consultar a su querido oráculo, a pesar de que hacía siglos nadie lo hacía. Mucha gente ya no creía en sus Dioses, ni les hacía ofrendas como antes. Aún así, era su deber perpetuar el espíritu y estar siempre presente hasta el día en que otra mujer ocupara su puesto junto a la puerta del oráculo de Delfos. Así se había hecho durante milenios y ella se había tomado muy en serio su labor. Ya casi no dormía por si alguien llegaba de noche en búsqueda de su profecía.

Aquella vez, se encontraba sentada en la puerta, con ojeras bajo sus grises ojos. Iluminada solo por la luz de la luna, sus párpados comenzaban a cerrarse cuando lo escuchó. Un sonido proveniente del interior. Eso era extraño. Lo único que había dentro era el oráculo, que nunca hablaba a falta de un humano con sus preguntas del futuro, por lo que decidió ignorarlo. A duras penas si logró su cometido durante un tiempo, el ruido comenzó a ser cada vez más fuerte hasta que se volvió insoportable y dejó de creer que era solo su imaginación. Ella sentía que no debía abandonar su puesto junto a la entrada, pero tenía demasiada curiosidad en su interior como para evitar ceder. Agarrando con una mano su túnica color crema para no tropezar y una antorcha con otra, empezó a adentrarse en el oscuro templo oculto ante los mortales, mientras sentía que su corazón palpitante se le salía del pecho. Observaba hacia todas direcciones, su pelirrojo cabello suelto moviéndose al son de su curiosa mirada. Nunca antes había entrado, por lo que todo era nuevo para ella. Solo había recibido la teoría de lo que debía hacer en caso de que alguien fuera en búsqueda de una profecía, porque las pitonisas entraban únicamente en esos casos. Ella no se había atrevido a desobedecer esa orden hasta ese momento.

Caminó lentamente hacia donde se encontraba el oráculo, las columnas de piedra pasando a su lado, su pálida piel, aún más blanca por el miedo. Llegó a la sala temblando, sin saber muy bien qué esperar. Pero entonces observó como la criatura de forma humana abría lentamente su boca y comenzaba a decir cosas inentendibles. Ella comprendió que estaba recitando una nueva profecía, por lo que se sentó en el pequeño banco frente a ella y comenzó a escribir en sus hojas amarillentas por el tiempo. El oráculo era más rápido de lo que creía y apenas articulaba las palabras, por lo que solo llegó a anotar parte de la profecía, la cual no intentó interpretar hasta tenerla escrita por completo. En cuanto lo hizo, comprendió que debía enviarla al campus de semidioses en Creta. No solo eso, sino que su oráculo no había sido el único en reproducirla o, al menos, no hablaba solamente de sus queridos compañeros griegos. Miró la hoja de papel nuevamente...

"...un largo camino tendrán,

hasta llegar al destino final.

El lugar de las torres, antiguas sin colores,

donde yacen las tumbas de emperadores y emperatrices.

Las cámaras y la barca en paz han de dejar,

porque su destino en la cima encontrarán.

Verán en el camino, que ___________________,

aunque al principio, les costará confiar.

La Cazadora de carneros griegos, tendrá un gran vuelo,

mientras que en realidad, está cómoda con el fuego.

El Dragón infernal, un susto se llevará,

antes de llegar, al tramo final.

El martillo no está, contento al comenzar,

porque __________, indeseada poseerá.

Romana salvadora, astuta y luchadora,

virgo es su signo, _________________________ su destino.

En el camino, mucha ayuda recibirán,

pero descubrirán, __________________________________.

El gran cristal, deberán arreglar,

Porque si no, __________________."

Sería una gran aventura.

El Cristal de los Mundos: La Odisea de los cuatroWhere stories live. Discover now