Cicatrices

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La suavidad de la manta blanca que cubre su cuerpo le hace relajarse en gran medida, aunque esa falsa sensación no consigue detener el torrente de pensamientos que le invaden. Tiene suerte de seguir con vida, es consciente de ello, y sin embargo no puede sentirse afortunado por ello.

No recuerda mucho de la batalla; explosiones, gritos, sus brazos endureciéndose para evitar ser aplastado por los escombros de uno de los numerosos edificios que fueron derrumbándose durante la sangrienta lucha. Recuerda la espalda de Bakugō frente a él, tan inalcanzable como siempre, y los gritos de Mina tras él pidiéndole que se apartara.

Sus manos pasan nerviosas por su rostro cubierto de vendas, llevando consigo numerosos cables que consiguen marearlo un poco más cuando decide buscar el origen de cada uno de ellos. ¿Qué le están inyectando? ¿Por qué todo su cuerpo está tan excesivamente vendado? Él se encuentra bien, con algo de dolor pero no cree que sea necesario tanto cuidado.

La puerta se abre con energía, chocando contra la pared y rebotando de manera que la persona que ha entrado debe detenerla para no chocarse. Mina parece alterada, vestida con un pantalón corto rosa y un top negro, se aproxima hasta él para darle un fuerte abrazo que lo hace gemir de dolor.

—Dios mío Eiji, pensé que te perdíamos. Llevas semanas durmiendo, tonto... —Escucha los sollozos angustiados de su amiga sobre su hombro, el frío de sus lágrimas chocando contra este y haciéndolo sentir peor—. ¡Eres un temerario! No vuelvas a hacer algo así, Eiji. Por favor... No creo poder volver a soportarlo.

Su mano se mueve hasta la espalda de la chica, acariciándola de arriba a abajo con delicadeza para poder reconfortarla. Un sollozo más, otro apretón y la risa ahogada de la chica contra su cuerpo.

—Te viste muy genial salvándolo —confiesa ella mientras se separa secando las lágrimas que continúan desbordando de sus oscuros ojos—, pero eres un maldito loco igual. ¿Qué habríamos hecho si hubieras muerto, Eijirō? ¿Siquiera sabes cómo has quedado?

No lo sabe pero lo presiente. El dolor en todo su cuerpo, lo mucho que le cuesta mover sus dedos y el calor abrasante en sus piernas le hacen temer lo peor. Prefiere no preguntar, no quiere saber todavía la condición en la que se encuentra.

—¿Dónde está Bakugō? ¿Está bien? —pregunta algo angustiado, lo último que recuerda es la sangre cayendo con rapidez por el brazo derecho de su novio y los gemidos ahogados de este en medio de la batalla—. Quiero verlo.

—Fue a casa a descansar un poco. Se ha quedado contigo todos los días desde que llegaste, nos costó conseguir que te dejara al menos una noche —informa la chica sentándose en un pequeño hueco de la camilla, acariciando con suavidad su mano izquierda que se encuentra totalmente vendada y la cual le cuesta bastante sentir. Si no fuera porque está viendo cómo ella le acaricia con el pulgar no se habría dado cuenta del contacto ajeno en ningún momento—. Mañana vendrá a verte y está bastante enfadado, prepárate para unos buenos gritos.

—Típico de Blasty. —Ríe con ganas sintiendo el intenso dolor en sus costillas, arrancándole un pequeño quejido que hace a Mina alzar una ceja con reproche.

La chica le mira con rostro apenado durante un momento y, casi sin darse cuenta, dirige sus dedos hacia las vendas que cubren su rostro. Su mano se detiene de golpe, niega con la cabeza y baja su mirada hasta las blancas sábanas que cubren su vendado cuerpo. ¿Qué acaba de pasar?

—El... El médico vendrá en un momento a quitarte las vendas —avisa Mina con cierta incomodidad, apretando entre sus dedos parte de la manta—. No me dejan estar delante porque, bueno, ya sabes... Hay vendas en muchas partes de tu cuerpo y aunque siempre eres un regalo a la vista, la verdad es que el médico cree que no es apropiado que esté delante.

CicatricesWhere stories live. Discover now