Capítulo 1

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Dejas al paso huellas, que yo sigo sin dudar


Estiré la mano intentando tomar mi teléfono que no dejaba de sonar. Había olvidado por completo deshacer las alarmas. Suspiré cansinamente, no quería empezar tan temprano el primer día de mis vacaciones de verano; de hecho, siendo honesto, no quería empezar para nada las vacaciones. No es que las odiara en sí, ¿quién en su sano juicio podía odiar estar de vacaciones? Sólo era que no estaba muy encantado con la idea de pasar casi dos meses con mi familia.

Y, de nuevo, no era que odiara a mi familia, realmente no eran tan malos la mayor parte del tiempo gracias a la rutina que nos absorbía, cosa que no sucedía durante las vacaciones. La rutina del día a día era sustituida por el escrutinio vacacional.

Siendo mi mamá una super estrella de las telenovelas, mi papá un egocéntrico productor de churros telenoveleros, mi hermana una modelo y mi hermano un reconocido mujeriego y coreógrafo, yo saltaba a la vista con un gran letrero luminoso como un ser que no pertenecía a la superficial y super ardiente familia Osorio Marcos.

Siempre había tenido sobrepeso, mi mamá solía decir que nací siendo un niño regordete y robusto. Eso nunca se fue y durante un tiempo estuvo bien. Cuando cumplí once años, estando nadando despreocupadamente en la piscina. Entonces Romina, mi hermana, me miró y dijo el primer comentario sobre mi aspecto que marcaría la recta de todos los demás:

"¿No te parece que tienes muy gordas esas piernas?, tal vez deberías dejar el pan nocturno."

Mi mamá había estado lo suficientemente cerca como para escucharla, pero no participó de la conversación. Yo intenté dejar el pan nocturno, por lo menos por un tiempo. Para cuando cumplí quince años se hizo más que evidente que ese robusto cuerpo no iba a desaparecer pronto. Fue entonces que mi mamá intervino. Primero fueron las citas con médicos al azar. Luego, la consultas con cientos de endocrinólogos que básicamente coincidieron en dos cosas: sus sueldos y que no había nada malo conmigo.

No tenía pre diabetes, ni diabetes, no tenía problemas en la tiroides, no tenía un metabolismo lento, simplemente era gordo, así de sencillo. Pero mi madre no se detuvo ahí. Empezó a llevarme con todo tipo de nutriólogos y nutricionistas, la familia entera se involucró en los cientos de dietas por las cuales pasé, ¿el resultado? Mi mamá y Romina pasaron a ser talla cero, mi papá no había tenido tan bien su presión arterial y Kiko básicamente había ganado más músculos y yo... bueno, yo seguía comprando en la sección de talla extras en H&M.

Mi madre despotricó durante meses contra la nutrióloga y volvimos al médico endocrinólogo que me mandó de nuevo todo tipo de exámenes de sangre. El resultado fue exactamente el mismo: Todos mis niveles de azúcar, colesterol y demás estaban más que perfectos. Por lo tanto, la conclusión fue categórica: yo sólo era un muchacho gordo perfectamente saludable.

Las dietas pararon, las consultas también, pero eso no significó que mi familia me diera un respiro. La estética seguía siendo tema importante para ellos y yo no era exactamente la perfección. Así que empecé a odiar sus sugerencias de cómo debía vestirme, de qué debía comer, de cómo tenía que verme ante los demás. Tal vez eso fue lo que me hizo tener coraje suficiente para salir del armario. A los diecisiete años, un día cualquiera me paré frente a ellos en una cena familiar y les confesé que era gay. Secretamente esperaba que eso fuera su próximo punto focal en mí, pero no fue así. Lo primero que escuché después de mi acalorada declaración fue a Kiko diciendo que tenía un montón de compañeros geis con un cuerpo de infarto a diferencia de mí.

La coraza de dolor y resentimiento que había empezado a formarse se volvió aún más dura ese día.

Mi teléfono sonó un coro de thank you next y sonreí saliendo de mi mal humor matutino.

Rueda mi menteWhere stories live. Discover now