La Esfinge #1

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Aquella llave que mi abuelo vigila tan celosamente, siempre ha llamado mi atención. Sus ojos parecen cortar en el aire cuando siente que alguien la mira. Tanto cuida de ella para al final dejarla perdida a su suerte, pues aparte del valor histórico que pueda tener, nadie la conservará como recuerdo; su precio en oro es más que el amor que los demás le tienen al abuelo.

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El abuelo está muy enfermo. Casi todos los familiares acudimos al hospital. La gran mayoría por no decir todos, solo esperan a que los doctores traigan la noticia. El médico camina hacia el colectivo y dice: Él quiere verlos.

Todos fueron corriendo, quizás así tengan suerte les toque una gran tajada. El abuelo tiene ciento veinte años, y ningún hijo con vida.

Una vez ahí, el viejo abre los ojos, toma un poco de aire y habla.

—El tiempo se acaba, su querido abuelo —enfatiza mirándome, generando celos en los demás—. Les dejará algo momentáneo a la mayoría de ustedes, sin embargo, hay alguien que se quedará sin nada, y al cual le deseo una larga vida; ese eres tú, James.

—Abuelo...

—Ven, acércate —exhala—. Tu eres el nieto más cercano a mi, ¿no te molesta que solo te deje esta llave?

Camino hacia él y tomo su mano ante los murmullos.

—Anciano, ni estuve, ni estoy a tu lado por nada material —expreso—. Aprendí muchas cosas buenas de ti y otras no tanto.

—Eres el único que siempre estuvo ahí, James —comenta ya casi desvanecido—. La llave que tengo en el cuello, tómala, es tuya. ¿Recuerdas lo que hablamos de Egipto?

—Por supuesto, ¿cómo olvidarlo? —sonrío—. Aunque tus ojos me daban miedo, parecía tan real aquella historia.

Mi antecesor arruga el ceño.

—No parecía, es. —Pela los dientes y ojea a los demás—. Eres algo pusilánime, sobrino, pero un día la necesidad te ha- ha- hará...

Su cabeza pierde tensión y se asienta sobre la almohada con los ojos abiertos.

—Abuelo... ¡Abuelo!

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Los problemas me abruman; gano poco y trabajo mucho. Las calificaciones descienden, por lo cual es cuestión de tiempo para que me echen de la universidad. También tengo atrasos con las mensualidades de la casa. Todo va mal en mi vida.

Alguien toca mi puerta.

—¡James! —grita—. ¡James, renacuajo!

Es mi primo Mancebo, nunca deja de molestarme. Era uno de los que mejor se llevaba conmigo hasta que el abuelo le dejó el deportivo clásico, entonces sus amistades cambiaron; solo viene cuando necesita algo.

—James, puto inútil, ¿qué hay de comer? —pregunta mientras atraviesa la puerta.

—Creo que quedan tres huevos en el refrigerador; déjame uno para desayunar mañana —aviso y luego susurro—: "no tengo dinero para comer los próximos tres días".

—James, conocí una chica preciosa hoy en la plaza. La verdad es que con el solo hecho de andar en ese auto todo se hace fácil.

—Me lo imagino, y más aún en estos tiempos. —Continuo escribiendo—. Los jóvenes de ahora somos muy materialistas.


Mancebo sonríe a carcajadas.

—¿Somos? Que vas a ser tú, si ni siquiera tienes nada; mira como vives. Yo sí puedo decirte lo que es ser materialista, no tienes idea de todas las chicas que me he cogido en el asiento trasero. —Saborea el aire respirando—. Ya veras como me follo a la nena de hoy, te mandaré las fotos al WhatsApp; haré que se trague toda esta verga.

La Esfinge Where stories live. Discover now