Iré a verte

20 6 10
                                    


—Iré a verte, cueste lo que cueste.

Esa fue la promesa que le hizo, una de las mil y una noches que se desvelaban hablando tras la pantalla, enamorados. Su amor había sido algo espontáneo, una chispa que se convirtió en un gran fuego, alimentado día tras día. Incontables sueños, mil declaraciones de amor, muchas risas, charlas sobre cualquier cosa... Y la promesa de que algún día podrían verse, podrían darse todos los besos que quisieron darse en la distancia, y que tan solamente habían imaginado mientras cerraban los ojos antes de dormir. A pesar de lo difícil que fuera cumplirlo.

Joder, te amo tanto —dijo Adrik. Si hubiesen estado juntos como les gustaría, uno al lado del otro en el sofá, se lo habría susurrado al oído y habría besado sus labios.

Siempre, siempre, les salían esas palabras. En cualquier momento. Esos «te amo» que surgían espontáneamente del corazón, que parecían no ser suficiente y que encerraban mucho. Unas tremendas ganas de darlo todo, de demostrar cuánto se amaban, de decir tantas cosas...

Irina se mordía el labio inferior, pensando en cuánto quería a ese chico y mandándole todo el amor que se podía en un mensaje. Vas a hacer que explote de amor, solía decir.

Cien noches más pasaron, en las que se dormían soñando con hacer realidad su promesa, hacer reales esos besos, esas caricias, ese calor y desenfreno que surgía en ellos.

Un día, por fin, pudieron hacerlo realidad. Ella escuchaba una canción, la que se dedicaron y llamaron suya, mientras esperaba, carcomida por los nervios de verle al fin.

Él, al reconocerla, fue directo a su encuentro y se fundieron en un abrazo. Tan llenos de emoción que no les cabía en el cuerpo, completamente radiantes de felicidad, sin creérselo.

—Se me va a salir el corazón —dijo ella, mirándolo a los ojos. Unos ojos que había suplicado por poder contemplar, y por fin tenía ante ella. Oscuros, hermosos, y llenos de un brillo de emoción que también tenían los de ella.

—Cuando digo que eres una diosa, el término se queda corto —Adrik la miraba de arriba abajo, sin dar crédito a lo que veía. Por fin la tenía a ella, el amor de su vida, frente a él. Completamente hermosa y desbordante de felicidad, con los ojos de matices miel brillando humedecidos.

—Dije que vendría a verte, y lo he hecho.

—Ahora sí; te amo.

Y le dio un beso. Primero solo sus labios se rozaron, despacio, separándose y volviéndose a juntar, hasta que terminaron tocando sus lenguas, jugando, profundizándolo.

En aquel momento en el que los astros se alinearon, en el que hicieron un sueño realidad y por fin se tuvieron, colmaron su felicidad. Aquel fue el mejor momento de sus vidas, cuando simplemente solo estaban ellos dos, besándose en la entrada del aeropuerto y pensando que eran los más afortunados del mundo por tener al otro.

Ambos sonrieron ampliamente, y mientras Irina contemplaba a Adrik, con su radiante sonrisa de dientes blancos, pensó que si se pudiese morir de amor o de felicidad ella estaría muerta en aquel instante.

Se cogieron de la mano, y fueron dando un paseo mientras charlaban, sonreían, se miraban, y no paraban de decir que aquello era una completa fantasía cumplida.

En las siguientes semanas pudieron hacer todos aquellos planes soñados. Pasear a los perros cogidos de la mano y tomarse un helado sentados en cualquier parte; ir al cine a ver una película y que al salir cayese un diluvio, obligándolos a correr bajo un puente para protegerse, pero al final terminar riendo, empapados y besándose bajo la lluvia.

Pero una cosa de las que más les gustaban era ir al campo. Se fueron de camping, a una hermosa sierra de monte silvestre y bosque, donde estuvieron con total libertad.

Durmieron en la tienda de campaña, bien acurrucados uno al lado del otro y mirando las estrellas por una abertura. Cruzó el cielo una estrella fugaz, brillando repentinamente y desapareciendo.

—¡Mira!

—Pide un deseo —susurró Adrik.

—Tenerte siempre, y que esta felicidad no se acabe —dijo Irina.

Y aquella felicidad siguió para ellos, perfecta, en esos días salvajes. Despertar temprano, con el canto de los pájaros, y darse besos hasta que se levantaban. Y entonces se preparaban e iban a explorar el bosque de lleno, trepando y caminando, descubriendo y disfrutando de aquel aire puro, los olores y los rumores. Sentados allí, gozando aquello, podían terminar entre sonrisas tirados por el suelo y dándose besos, de esos especiales e inagotables que nunca cansaban, porque se amaban.

Cumplieron su promesa y fueron felices juntos, viendo su deseo hecho realidad.



Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.


Iré a verte [✔]Where stories live. Discover now