1. I

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Angie

- Señorita Velasco, lamento decirle que solo tengo trescientos mil dólares de nuevo -La voz nerviosa, más bien aterrorizada llegó a mis oídos, y apreté los dientes con fuerza- pero tengo algo muy bueno para usted. Una de las últimas mercancías. 

- ¡No me interesa ninguna de tus putas! Que te quede bien claro, Pedro. Si no me devuelves mis jodidos quinientos mil dólares esta noche, eres hombre muerto -Estampe el auricular del teléfono con fuerza y apoye ambas manos sobre mi escritorio, ignorando la mirada profunda que me dedicó Lucca- Maldito hijo de perra

- El teléfono no tiene la culpa, deberías dejar de hacer eso siempre -Murmuro con una tranquilidad exasperante mientras acomodaba el auricular en su base.

Bufé y me deje caer en mi silla.

- Maldigo el día en el que se nos ocurrió hacer el trato con ese imbécil.

- Ciertamente, no fue muy inteligente de nuestra parte. Pero tampoco muy inteligente de la suya intentando robarte tú parte del negocio. Nadie nunca pudo hacerlo sin sufrir las consecuencias.

Me giré en mi silla y mire el gran ventanal a mi izquierda.

- Lo haré sufrir mucho por haberme considerado una idiota.

Lucca suspiró y se levantó, alisándose las inexistentes arrugas de su impecable traje azul.

- Lamento tener que dejarte sola en uno de tus momentos de furia, querida amiga, pero debo ir a casa a hacer las pases con mi bella esposa, si me disculpas...

- ¿Qué sucedió con Lucía ahora? -pregunte distraídamente.

- Lo de siempre, se enoja porque la sobre protejo, dice que los guardias de seguridad son una exasperación, igual que el coche blindado, y los franco tiradores. Ya sabes, no le gusta sentirse frágil, pero lo es.

- Todas las mujeres son frágiles -Comenté rodando los ojos ante la testarudez de mi hermana.

Lucca me dedicó una última sonrisa.

- Cierto. Adiós, Angie.

Incliné mi cabeza en su dirección, en un gesto de despedida, y me paré de mi asiento en cuanto su cabeza despeinada había desaparecido por la puerta.

Camine hacia el ventanal, examinando las atestadas calles de Londres.

Pedro Parnenzini debía ser más estúpido de lo que parecía si de verdad pensaba que podía robarme a mi, Angie Velasco, la líder de uno de los mayores grupos mafiosos del mundo, sin terminar con la cabeza llena de plomo.

Brisa

Chille. Otra vez. Y toda la respuesta que recibía era mi agitada respiración, otra vez.

Las manos atadas atrás de mi espalda no me permitía moverme, y las magulladuras que exhibía mi cuerpo me hacía sollozar del dolor.

La bolsa de tela que me cubría entera me daba picazón en la nariz, sin permitirme respirar correctamente, y el frío me calaba hasta los huesos.

Intenté removerme, pero el espacio en el que estaba atrapada era endemoniadamente estrecho.

Volví a chillar, pero el enorme pedazo de cinta gris que se pegaba a mi boca amortiguó mis gritos de ayuda.

Nadie me escuchó.

Volví a sollozar, pensando en lo estúpida que fui al salir de mi edificio a esa hora de la noche.

*Flashback*

Solté un grito de dolor, mientras me sentaba en el suelo, sosteniendo mi pie con ambas manos. 

Suya • Brangie G!P (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora