Prefacio

2.3K 117 5
                                    

La noche del 31 de julio, marcada por el frío de los fines del otoño y las incertidumbres propias de la guerra, Lily Potter se encontraba en una sala de San Mungo dando a luz a gemelos, primogénitos de la casa Potter. Fuera de la habitación, escuchando sus gritos, amenazas y maldiciones, se encontraba su ya nervioso esposo, James Potter, acompañado por sus dos mejores amigos, Sirius Black y Remus Lupin, quienes se debatían entre animarlo y burlarse de él por las altisonantes palabras de la pelirroja.

"Vamos, James, solo es el principio," dijo Sirius con una sonrisa maliciosa. "¿No te advertí que Lily tenía un carácter de fuego?"

"Deja de molestar, Sirius," replicó Remus, aunque también parecía divertido. "James ya tiene suficiente con lo que está pasando ahí dentro."

Cuando una enfermera les dio paso, no dudaron un momento en correr hacia adentro. Encontraron a Lily en la cama, sosteniendo dos pequeños bultos envueltos en mantas azul claro. Se acercaron con cuidado para verlos. Lily sostenía con el brazo derecho a una niña que tenía un asombroso parecido con su padre y en el brazo izquierdo a un niño que se parecía mucho a su madre. Sirius los observó con atención durante un largo rato, notando cómo en la curva de la nariz de la primera niña se encontraba algo de la difunta Euphemia Potter, y la pequeña barbilla de la niña le recordaba al difunto padre de Lily.

"Son perfectas, Lily," dijo James con los ojos llenos de lágrimas. "Absolutamente perfectas."

"Sí que lo son," respondió Lily, agotada pero radiante de felicidad. "Conoce a Alexandra y Caterina Potter."

"Alexandra y Caterina," murmuró Remus, sonriendo. "Nombres fuertes para niñas fuertes."

Todos estaban encantados con los niños que habían estado esperando con ansias. Sirius y Remus no cabían en la felicidad de poder conocer a sus ahijados, aunque sostenerlos fuera una tarea atemorizante bajo la atenta mirada de Lily. Era un raro momento de felicidad en medio de los años oscuros que atravesaban. Pero ese momento de alegría pronto se vería amenazado por las maquinaciones de un astuto mago.

Una enfermera irrumpió en la habitación cargando un par de pequeños pergaminos con la finalidad de registrar los pocos datos faltantes de los niños que dormían apaciblemente en los brazos de sus padres.

"Alexandra y Caterina Potter Evans," declaró Lily con firmeza. "Esos serán sus nombres."

En una oficina de la torre principal del castillo de Hogwarts, de forma circular con mesas llenas de baratijas que zumbaban y rechinaban en una melodía sin ritmo, un hombre y una mujer charlaban sobre las nubes que cubrían el cielo amenazando con una tormenta. Cada uno sostenía un vaso a medio llenar con brandy, una bebida fuerte y ambarina que Albus Dumbledore añejaba a base de hechizos en una de las grandes repisas de su despacho. El vaso de la mujer carecía del licor en estado puro; era una mezcla de la bebida con una poción muy poco común, producida solo por una familia muy antigua en el norte de Polonia que la había usado por siglos para forzar sus propios dones adivinatorios.

"Aquel que un gran poder carga sobre sus hombros ha nacido esta noche," recitó la mujer, Sybill Trelawney, su voz llena de un tono sobrenatural. "Madre magia y padre muerte sus llantos han escuchado y sus bendiciones le han otorgado; de un linaje guerrero y del ancestro que a la muerte logró esquivar, cuidado quienes se pongan en su camino, pues la sangre cubrirá sus manos y la destrucción marcará su camino; no se equivoquen quienes se creen con el poder para vencerle pues si su alma es llevada a la oscuridad el fin sobre nosotros caerá. Aquel del gran poder ha nacido esta noche."

Albus Dumbledore terminó su bebida contento mientras la mujer caía desmayada. La tormenta comenzó a caer sobre el viejo castillo que resistía con igual vigor a la lluvia y a las maldiciones. La piedra detuvo su crujido y el bosque prohibido su susurro, porque un gran mal acechaba la morada de los jóvenes magos y aún pasaría mucho tiempo antes de que alguien pudiera detenerlo.

El reconocido mago entró en la habitación de los Potter como siempre, luciendo una brillante sonrisa que hacía que pocos lograran descifrar las verdaderas maquinaciones de su mente. Los cinco adultos y los dos pequeños le prestaron atención. Claro que a tan notoria presencia no era fácil ignorarle. Ninguno de los presentes era capaz de imaginarse una vida sin el viejo director guiando su camino con su amplia sonrisa; ninguno podría imaginarse su destino sin la gran bondad que el hombre les había demostrado en sus momentos más oscuros.

"Mis muchachos, les traigo grandes noticias sobre el futuro de esta tan terrible guerra," anunció Dumbledore con entusiasmo. "Me alegra darles esta gran noticia en presencia de las pequeñas."

"Eso es excelente, profesor," dijo James, intrigado. "Pero dígame, ¿por qué ahora?"

"Mi muchacho, los tiempos del destino son impredecibles," respondió Dumbledore. "Esta noche me encontraba hablando con la profesora de Adivinación y fui testigo de una profecía, una que marcaba el nacimiento de un bebé que tendría el poder para terminar con aquel que no debe ser nombrado."

"¿Usted cree que es uno de nuestros hijos, profesor?" preguntó Lily, sus ojos verdes brillando con preocupación.

"Sí, mi querida," respondió Dumbledore con seriedad. "La profecía dio pistas sobre los padres de la pequeña y creo que ustedes son los más cercanos, sino los únicos que cumplen estas condiciones."

"¿Cuál es la profecía?" preguntó Sirius, incapaz de contener su curiosidad.

"Aquel con el poder para derrotar al que no debe ser nombrado, nacido cuando el séptimo mes muere de aquellos que lo han desafiado tres veces, el señor oscuro lo marcará como su igual, pero tendrá un poder que el señor oscuro no conoce," recitó Dumbledore. "Aquel con el poder para derrotar al señor oscuro nacerá al morir el séptimo mes."

La historia les había enseñado a los magos que hay cosas con las que no hay que jugar, pero Albus Dumbledore no había aprendido esa lección, ni en los muchos años que tenía de vida ni en las muchas atrocidades que había cometido. Así que esa noche, después de manipular la profecía y elegir al hijo menor, vio sin remordimiento cómo la pequeña Alexandra era dejada de lado en favor de Caterina, marcada como la Elegida para ser el héroe más grande de su época.

¿Yo la Elegida? Where stories live. Discover now