Algo llamo su atención, corrió hacia la ventana y pudo ver bajo el chaparrón a un helicóptero solitario que acababa de alejarse por los cielos húmedos.

Bajo la mirada, y solo distinguió diez pisos hacia abajo, con un conjunto de cucarachas alineadas que eran los automóviles circulando por la impotente avenida Garcilaso de la Vega; albergaba a todos, y a ella también; al fin y al cabo era una de las más importantes de Lima.

 Se alejó de la ventana algo angustiada, y al darse vuelta la amplitud total de la habitación se esposó ante ella; a un costado de la misma había una mesita metálica decorada para la ocasión; soportaba el peso mínimo de un pastel de cumpleaños; cuyo centro estaba perforado por una vela desproporcionadamente grande. 

 Sonó el timbre de la puerta y Carolina se apresuró a encender la vela con una cerilla. El timbre sonó otra vez provocando ecos en el cuarto. Ella bajo poco a poco sus prodigiosas pestañas hasta cerrarlas completamente, en ese momento soplo y arriba de la vela un hilo gris ascendía, y empezó a trepar despacio por el aire: cuando el humo por fin choco con el techo, Carolina con una sonrisa se decidió a abrir.

El timbre eléctrico provocó un prologando chirrido.

 —¿En qué le puedo servir?

Un sujeto de aspecto pusilánime se presentó en el marco de la puerta que, mediante frases cortas dejo en claro que quería ser atendido. Carolina miró de una forma desencantada el tipo; no estaba bien vestido, pero se sobrepuso y sonrió... 

—Pase, adelante... 

Cuando cruzo por su delante; un aire detestable se metió por sus pulmones, el hombre olía a sudor y trapo sucio, horrible. Rápidamente Carolina la prostituta calculo cuánto dinero traería aquel cliente.

—El masaje veinte, lo demás ochenta, todo por cien... Alguna otra cosita especial, doscientos—y se arrepintió de su última frase. Quería que se fuera rápido. Dejo que el hombre se le acercara; es más, lo atrajo hacia ella y, entonces lo olió murmurar algo y se dio cuenta que su aliento olía a mierda.

 —¿Empezamos amiguita? 

 —Págame primero.—Dijo cortantemente.

 El individuo saco los billetes de su billetera, y se los dio mientras contemplaba a Carolina; que empezaba a desnudarse.

Ella se esfumó, muy ágil, llevando el bolso, y poco después su silueta de largas piernas apareció en la misma puerta del baño, como una pintura creada por sí misma, en un segundo. Apareció con una polvera en la mano. 

 —Échate sobre el diván. 

 Él se recostó lentamente mientras ella agitaba la cajita es polveándole el cuerpo. El tipo apoyo la nunca en el diván, cientos de lunares blancos yacían sobre su piel.

Carolina esparció el talco aromático en sus dos manos, dándole otro color a la piel parda del mestizo; aun así, no cambio su repugnante olor.

 —Ven aquí para que te lave.—El cliente se dejó conducir hasta un lavatorio con agua, y ella lo obligo a tomarla con las dos manos. 

 —¿Te hace cosquillas?... ¿Cómo me encuentras, te gusto? 

 El cliente se veía absolutamente estúpido. 

Casi la mayoría de sus clientes lo parecía, aunque solo pocos lo eran. Carolina murmuraba canciones de cumbia mientras le lavaba el cuerpo; las piernas, las axilas, la pinguita. Le divertía creer que tenía control de las cosas. 

 —No, no me gustan las mujeres de tu oficio.—Carolina enrojeció. Se lo habría tolerado a un profesor de matemáticas, por ejemplo. Pero de aquel imbécil apestoso... Su orgullo tembló, y el ego de toda la vida, fue a situársele en un uñero del pie derecho: se acomodó, sin dejarse notar, sobre el otro pie.

 —Vamos a echarnos. 

 El hombre estaba firme, magnate y con una acústica mirada sin aspiraciones de su cuerpo, simplemente se echó sobre el diván. 

Los pies del hombre olían a flores podridas; pero estuvieron juntos del todo desnudos por media hora; el varón llego al clímax, la pobre Carolina; al precipicio de la asfixia.Para colmo de males el sujeto, antes de irse, se empeñó en decir adiós besándola en la boca; la mujer se previno cerrando los ojos y emitiendo un murmullo con fuerza: de esta manera aquel cliente creerá que es especial y se marchara con la idea de haberla conquistado.

 Carolina volvió a la ventana.

Soplaba el viento y se animó a correr la hoja de vidrio; aplasto la cara al transparente cristal de la ventana y un bosque de hormigón broto rellenando, el horizonte; Lima, la ciudad de la burla, le hizo saltar una gotita salada desde el tristísimo y solitario abismo de su ser... Inmediatamente se arrepintió.

¡No se llora sobre leche derramada!, dijo para sí, y la paradoja la impulso a sonrojarse.

Se volvió hacia la mesita metálica. Sí, ¡adelante! Siempre adelante. Primero un quejido, luego ciertos acordes, y al fin la canción ondulante, sincrónica, invadió el departamento: cantaba una vieja canción andina. Llevaba mariposas y aromas de caucho de canela.

Se recostó contra la débil mesita y cogiendo un largo cuchillo se decidió a terminar. Muy despacio, diciéndose: ¨dos años vendiéndome, feliz aniversario mujer, feliz aniversario Carolina¨. Clavo la hoja en el pastel y sacó, sonriente, una buena tajada. Se apresuró a comer; podrían llegar en cualquier momento y ella quería paladear; por nada del mundo echaría a perder ese momento, podían llegar interrumpiéndola, pues a ella le encantaba la torta de chocolate, más aún en la desgracia. Quizás en el tercer aniversario todo sea mejor, aunque ella siga solitaria y solitaria.

Poema de una prostituta.Where stories live. Discover now