Llegaste a mi vida

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Un nuevo día llegaba a la colorida isla de Hawaii. La gente ya se amontonaba en las playas, disfrutando al máximo posible las horas de Sol y calor.

En una había un puesto de comida que todos conocemos a la perfección, el puesto de gambas de Kamekona, a rebosar de clientes. Tres de ellos eran Chin, Kono y Danny.

Kamekona llegó con ellos, con tres platos en las manos.

—Bueno, aquí tenéis, a ver si os gusta. —les dijo, a modo de introducción.

Los dos primos y el rubio observaron con curiosidad su pedido. Bueno, Danny no, ya lo conocemos.

—Aaahm... Kamekona, ¿se puede saber qué es esto? —le preguntó, algo desconfiado.

—Pues nada más y nada menos que mi último invento. —le respondió este, alegre de pies a cabeza— Los he llamado panecillos de gambas.

—¿Panecillos de gambas? —Kono cogió uno para mirarlo más de cerca y ver su tacto.

—Sí, hermanita. Y por favor, las críticas siempre constructivas.

—No pienso comer eso. —Danny se cruzó de brazos, rotundo.

Lo cual no dejó buen ambiente en la mesa.

—¿Cómo que no? Socio, que los he hecho con mucho amor solo para vosotros. —le replicó el vendedor con algo de pena fingida que les sacó una risita al teniente y a la agente— Si no te los comes me voy a echar a llorar.

—No seas exagerado. —le dijo el Inspector.

—Danny, ¿por qué no los pruebas? Abre tu paladar a un mundo nuevo de sabores. —habló Chin, mientras Kono mordía el panecillo de gambas que tenía en la mano.

—Es sencillo: si evito comer cosas nuevas, no tendré malas experiencias por comer cosas horrorosas.

—¿Estás insinuando que mi cocina es horrorosa? —saltó Kamekona, con los ojos como platos.

—Oye, pues esto está bueno. —Kono logró relajar el ambiente, aunque fue muy poco.

Chin mordió otro y lo masticó, poniendo cara de estar disfrutándolo y le enseñó al gerente el puño cerrado con el pulgar levantado.
Kamekona se fue a atender a otros clientes, cuando estuvo a una distancia prudente ambos primos escupieron el panecillo de gambas en el suelo, con muecas de horror y asco. Danny los miraba sonriendo victorioso.

—¿No era que os encantaba? —les preguntó con satisfacción.

—Técnicamente nunca dije que me encantara. —puntualizó Kono, limpiándose la boca con una servilleta.

—Abrid vuestros paladares a un mundo nuevo. —el Inspector agarró una de las aberraciones de Kamekona y fingió morderlo, igual poniendo cara de deleite.

Los primos pusieron malas caras.

—Casi incluso me dan ganas de dárselo a Steve y grabar la cara que se le pone. —añadió el inspector rubio.

—Hablando de Steve, —irrumpió Chin— ¿alguien sabe algo de él?

—No, está muy raro desde que supo todo eso de Shelbourn. —le respondió Kono— De hecho, me sorprende que tú no sepas nada, Danny.

—Algo me ha comentado, pero tampoco te creas. De hecho, a saber dónde está.

Steve en ese momento estaba subido en su coche, conducía por una carretera cercana al monte y a la selva. Necesitaba despejar su mente y, después de todo, conducir siempre suele relajar. Ya le dolía la cabeza de solo pensar en el asunto de su padre, de WoFat, de Shelbourn y de todo eso, y no creyó prudente para su salud mental quedarse en el cuartel o en su casa. Por lo que cogió el coche y se fue a conducir hasta que se le agotara la gasolina.

La hija de McGarrett ~Hawaii 5-0~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora