único.

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Mi madre solía decir que el problema conmigo es que parecía más niño que niña, no, la expresión poco tenía que ver con mi vestimenta o mi forma brusca de jugar; lo decía por todas las atenciones que solía tener con Alex, mi mejor amiga de la infancia. Mi mamá, tan terca y molesta como era si se trataba de avergonzarme solía compararnos con una pareja bonita y "cuchi", según sus palabras, después de repetirnos lo mismo cada día procedía a apretar con cariño las bonitas mejillas sonrojadas de mi amiga y lanzarme varias miradas burlonas.

Tal vez mi madre sospechaba que a mis once años tenía sentimientos por ella, totalmente alejado de la realidad. Alexandra Brown era la perfecta definición de una muñequita de porcelana. No, no lo decía únicamente por su belleza y aquella piel apiñonada y suave. Era en el estricto sentido de la palabra, una muñeca de porcelana en su forma humana. Tan bonita y delicada con aquellos vestidos que parecían haber sido sacados de un ropero del siglo pasado, esos mismos que valían más que mi propia casa. A juego siempre estaban sus zapatillas de charol, una muñeca a su lado y cuando el calor no era demasiado, un sombrero y guantes de variados colores. No esperaba menos sabiendo que su familia realmente tenía relación con la aristocracia británica, por lo que tenían más dinero que cualquiera en aquel pequeño pueblo.

Bien lo decía mi abuela, pueblo pequeño, mentes pequeñas. El dinero de su familia no la salvaba de las constantes burlas relacionadas a su aspecto y forma de ser, mi madre solía decirle que no les hiciera caso, que ellos hablaban solamente por envidia, repitiendo constantemente que ella era la niña más bonita de todo el lugar, y yo apoyaba esa idea.

—Eres como una princesa, ¿Qué acaso no te das cuenta? Una princesita hermosa.

En forma de regaño y tratando de no sonar demasiado brusca, hablaba tratando de consolarla mientras acariciaba sus rizos, aquellos tan perfectos que parecían irreales. Ni el tornado más grande era capaz de despeinarlos, ella lloraba sin hacer demasiado ruido, pero sus expresiones lo decían todo. Incluso con los ojos rojos e hinchados, ella era la niña más hermosa que había visto.

—Tú eres de las pocas cosas buenas en mi vida, Em —decía después de calmarse, con aquella voz pintada de caramelo—, no quiero que te vayas jamás de mi vida.

Aquella noche sellamos un pacto, en defendernos siempre de cualquier cosa. Éramos dos niñas inocentes que no tenían ni la más mínima idea de la verdadera maldad humana. Incluso en esas circunstancias, hoy lo afirmo. Incluso cuando comenzaba la adolescencia, nuestra amistad era fuerte y mi madre solía decir que amistades así, eran verdaderas.

Pero la madre de Alex no tenía el mismo pensamiento, en realidad, ella pocas veces concordaba con cualquier situación lógica.

No sé si fue la separación de su esposo, un miembro de la aristocracia menor que la había dejado por intereses de su familia y siendo obligada a regresar a este pequeño pueblo, o era el hecho que desde un inicio la mamá de Alexis era realmente rara. De nuevo, en el sentido estricto de la palabra, los vestidos pomposos y elegantes eran de por sí extraños en una niña de once años, para alguien que comenzaba la adolescencia eran total y completamente ridículos, pero Alexandra seguía usándolos.

En realidad, todo comenzó cuando estábamos entrando a la secundaria. Como era costumbre, ambas estaríamos en la misma escuela, pero me llevé con la sorpresa de no verla el primer día de clases, la había extrañado durante las vacaciones, y ya quería verla de nuevo, sólo sabía que tanto su mamá como ella, habían ido de vacaciones con su papá. Extrañada y dolida, llegué a la elegante casa de la familia en busca de una explicación.

Me recibió la mamá de Alex, la antigua duquesa de Brown. El título lo había perdido durante el divorcio, pero Alex aún tenía el suyo. Mi mamá solía decir que ella envidiaba eso de su propia hija.

Sin tener oportunidad de emitir palabra alguna, la señora me explicó que Alex ya no regresaría a la escuela jamás, como era propio de la nobleza y de acuerdo a lo estipulado por su padre, ella recibiría educación en casa. Quise convencerla de pasar a despedirme, pero ella se negó rotundamente, me salió con la excusa que estaba descansando de una operación del apéndice bastante delicada.

Eso lo pude entender perfectamente, lo que jamás comprendí hasta cierta noche, es que tenía absolutamente prohibido verme, o cualquier otra persona. No me cabía alguna explicación lógica.

Resignada, regresé a mi casa y desahogué mi llanto con mi madre, mi ánimo no mejoró los siguientes días, hasta que dos semanas después decidí escaparme a media noche para ir a verla, poco me importó el riesgo, y el frío de esa madrugada, yo quería ver a mi amiga.

Con todo el cuidado que fui capaz de tener, escalé un árbol cercano que daba acceso a su balcón. Me encontré con la sorpresa de verla despierta a esas altas horas de la noche, hablamos muy poco, pero acordamos que iría a visitarla las noches que me fueran posibles, y así estuvimos cerca de dos meses.

Como era de esperarse, mi madre me descubrió, obtuve mi respectivo regaño, pero terminó comprendiendo mis acciones, después de hacerme prometer que no volvería a escaparme, me acompañó por otras dos semanas.

Todavía lo recuerdo bien, tengo memorias demasiado borrosas de esa época de mi vida, pero lo que aconteció en esos días, estoy segura que jamás podré olvidarlo. La noche anterior, Alex me había comentado que su mamá no estaría por la tarde, por lo que mi visita fue mucho más temprana. Alex me contaba que había ciertos temas de matemáticas que eran complicados para ella, por lo que sin problema le dejé mi nuevo celular para que buscara alguna solución, con la promesa de recogerlo al día siguiente. Y entre pláticas y juegos, el tiempo corrió sin que nos diéramos cuenta, fue hasta que los pasos por las escaleras principales se hicieron presentes, que ambas reaccionamos espantadas. Con la promesa de vernos después, salté por la ventana y regresé con mi mamá.

Esa noche no iría a verla, por lo que terminé acostándome temprano, eran pasadas las once de la noche cuando mi mamá me despertó, diciéndome que al teléfono estaba Alex. Más dormida que nada, atendí la llamada sin importarme la hora.

—¿Bueno?

—Emily, tienes que ayudarme. Acabo de hacer algo horrible.

Los llantos, la voz ahogada y el tono de ella lograron despertarme por completo. Supongo que mi madre debió notar mi rostro, porque el de ella cambió a una mueca de preocupación, coloqué el teléfono en altavoz para que ambas pudiéramos escuchar.

—Alex, cálmate. Respira hondo, por favor, ¿Qué pasó?

—E-es mi mamá, ella encontró el teléfono y se enojó demasiado, y yo te prometo que sólo me defendía, pero... Em, creo que la maté.

Aquello fue suficiente para que mi mamá colgara de inmediato y llamara a la policía. Después de eso, fuimos lo más rápido posible hacia la enorme mansión de ellas, llegamos justo a tiempo para ver el desenlace.

El cuerpo de la señora salía de la casa, envuelta en un plástico negro, atrás de ella estaba mi mejor amiga. Veía el cadáver con una sonrisa, una sonrisa que me heló la sangre por completo.

Como era de esperarse, nos llamaron a declarar; conté toda la historia de mi mejor amiga, explicando que la culpa jamás había sido de Alexandra, pero ellos no me hicieron mucho caso. Saliendo de la sala, logré ver a la distancia a mi amiga, traté de pedirle perdón con la mirada, pero ella sólo sonrió.

Esa fue la última vez que la vi.

Mi mamá dijo por años que el problema siempre fue la familia de Alexis, que aquella noche habían peleado demasiado fuerte, causando un accidente que acabó en muerte. Lo dijo hasta que tuve la edad suficiente para entender todo.

El problema era que la mamá de la que alguna vez fue mi mejor amiga tenía esquizofrenia. El problema fue que la familia Brown prefirió alejarla antes que tratarla.

Pero el verdadero problema, es que Alexis nunca fue Alexis en realidad. Cuando tuvo acceso al internet por primera vez, descubrió que, en aquellas vacaciones, le habían quitado algo más que el apéndice, su madre siempre había anhelado una niña, no un niño.

Alexis se trataba de un él, no un ella.  

Relato de verano.Where stories live. Discover now