Capítulo 24

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Hoy estoy subiendo 3 capítulos. Si no han leído el 23, pásense por allá :)

Jesse

Durante las últimas horas, Jesse había hecho una lista de las cosas que podían salir mal en esa fiesta, y aunque logró enumerar un puñado de ellas, que el exnovio de Arizona se presentara jamás figuró en su lista. En definitiva y como diría Murphy, cuando algo tiene que salir mal, saldrá mal.

Había un grupo variado de personas, así que Jesse no supo identificar cuál de los hombres al final del salón era el dichoso Adam. Por la nueva palidez de Arizona, supo que eso era lo de menos, que tenía que darle algunas palabras de aliento para que se calmara. En Seattle vivían más de setecientas mil personas; era irrisorio que justamente su exnovio asistiera a esa fiesta en la que Jesse estaba listo para que los demás pensaran que Ari era su nueva pareja —porque lo era—.

—Si está aquí es porque ha de ser cliente de alguien de nuestra empresa —le contestó.

Arizona salió de su trance y lo miró, asustada.

—¿Podemos irnos a otro sitio? —pidió, urgida—. Podemos quedarnos en la fiesta, solo... No quisiera estar en este lugar tan público. No quiero que nos vea.

Aquello fue como una bala para su corazón. Él no la habría ocultado de Holly porque no sentía ni miedo ni vergüenza de que su ex, sus amigos o incluso su familia conocieran a Arizona. Era una mujer maravillosa de la que cada vez se sentía más orgulloso de acompañar. Pero que ella no lo viera de la misma manera, pulverizó sus ilusiones.

—Claro, vamos.

Llevó la mano a la parte baja de la espalda de la castaña y la guio hacia una pequeña terraza de pisos de madera pulida. Frente a ellos, Seattle se levantaba con majestuosidad, con las luces de los edificios lejanos representando una de las vistas más bonitas de la ciudad. Arizona se recostó de la barandilla y suspiró, perdida en sus pensamientos.

—Ari, si quieres que nos vayamos...

Ella echó la cabeza hacia atrás para mirarlo, aún lucía asustada pero más pudo la preocupación.

—La última vez que Adam y yo nos vimos, él supuso que me gustaba otra persona, y no quedamos en los mejores términos. Me dijo algunas cosas que no me agradaron así que decidí evitarlo desde entonces. Estoy segura de que ya se dio cuenta de que la persona que me gustaba eras tú.

—¿Qué es lo que te preocupa? ¿Que vea que has pasado la página, que te pida que vuelvan a estar juntos, que me muela a golpes...?

—No sé. No esperaba verlo tan pronto, es todo. En parte quisiera enfrentarlo, ¿sabes? Para salir de la situación o solo cortarla de raíz. Al mismo tiempo, no quiero que tú quedes en el medio. No soportaría que esto te lastimara, si es que no lo ha hecho ya.

Sus ojos marrones brillaron con dulzura y Jesse supo que ni quería ni podía estar molesto con ella. Ni siquiera con su exnovio —aunque le preocupaba eso de que «le había dicho cosas que no le agradaron»—, por más que estuviera arruinándole su noche con Arizona solo con su presencia.

—Yo estoy bien —respondió, acariciando su mejilla con los nudillos—, no tienes que preocuparte por mí. Si quieres enfrentarlo esta noche, hazlo, yo estaré cerca de ti para darte apoyo o sacarte de aquí si es necesario.

Ella le sonrió.

—¿Sabes qué? —dijo con mayor determinación—. No tengo por qué acercarme a él ni decirle nada. Si él está aquí como invitado, entonces que disfrute de la fiesta mientras yo hago lo mismo con la persona que me trajo, que, además, es la mejor compañía de toda la ciudad.

Jesse se inclinó hacia ella, paseando la yema de sus dedos por su cuello desnudo. Aquella declaración era todo lo que necesitaba, era proclamar las intenciones de querer estar con él sin importar lo que los demás pensaran. Tal y como él pensaba y sentía. Depositó un suave beso en sus labios reclamándolos como suyos, aunque sabía que ella no era de nadie. Solo de ella misma.

—¿Cómo hiciste para tenerme a tus pies en tan poco tiempo? —susurró Jesse. Vio cómo las comisuras de los labios de Ari se curveaban hacia arriba en una sonrisa lenta y cálida, de esas que le dejaban con la mente en blanco.

—Ni yo misma lo entiendo.

Le dio un último beso y la tomó de la mano para volver al salón. Justo cerca de la puerta, uno de sus compañeros de trabajo le hizo una señal con la mano para saludarlo, venía acompañado de tres personas: dos hombres y una mujer. Todo sucedió tan rápido que, aunque hubiera querido planear un escape, le habría resultado imposible.

Arizona le apretó la mano con tanta fuerza, que Jesse supo que entre los invitados se encontraba su exnovio, mas no supo cuál era. Ninguno tenía «cara de Adam» y le resultó difícil intuir cuál era su archirrival.

—¡Jesse! —exclamó Joel. Era la mano derecha de su jefa y un hombre que, por las buenas era un pan de Dios, y por las malas se convertía en Satanás—. Quiero presentarte a unos amigos de Stanley, Pratt & Stone, es una firma bastante conocida. Se dedican a proveer servicios empresariales como mejorar el desempeño del personal, charlas para promover las dinámicas de equipo, y asesorías en Recursos Humanos.

Entonces supo cuál de ellos era Adam. Lo identificó como el tipo gigante que veía su mano unida a la de Arizona con resentimiento.

Jesse rezó para que no le tocara pelearse con él, porque le llevaba al menos una cabeza. A su lado, Arizona parecía una infante. Era un hombre que debía medir cerca de dos metros, con las facciones bastante endurecidas, y una espalda del tamaño de un avión Boeing 747. Un solo roce de Adam, y él terminaría desfigurado.

—He escuchado de ella —contestó, luego estrechó la mano de los presentes. Adam, en particular, se la apretó tanto que si no estuviera en un evento tan formal, lo hubiera insultado.

—Los directores de la firma están en otro sitio —prosiguió—. Aunque estos tres son los futuros líderes de esa empresa: Owen Johnson, Adam Marshall, y Jeanine Monroe. —Joe señaló a Arizona—. ¿Y tu preciosa invitada es...?

Se giró hacia Ari, quien no sabía dónde esconder el rostro y cuyas mejillas estaban del color de un tomate. Le habría encantado salir corriendo con ella para evitarle otros momentos incómodos, pero solo empeoraría la situación. Por no mencionar que le resultó curioso que ni Adam ni sus compañeros la saludaran sino que actuaran como extraños.

—Arizona Taylor —se presentó ella misma, aunque sin estrechar la mano de nadie.

Su voz flaqueó, aunque él notó el esfuerzo puesto para que nadie se diera cuenta de que estaba temblando. Jesse lo sintió porque la mano de Ari se había puesto fría y vibraba como si tuviera un incesante tic en todos los músculos.

Antes de que Joel le preguntara a qué se dedicaba, otra persona se aproximó al grupo y, si antes la situación era incómoda, en ese momento se tornó una telenovela.

Se trataba de una mujer bajita, de cabello negro y ojos castaños. Vestía un vestido carbón con lentejuelas y parecía tan dulce como introvertida. Se posicionó a un lado de Adam y rodeó su cintura con un brazo, mirándolo con devoción.

Arizona se tensó como si hubiera visto un espíritu.

—¿Me perdí de algo? —preguntó. Miró a Jesse y a Ari antes de sonreírles—. Un placer conocerlos. Yo soy Sierra, la esposa de Adam.

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