๋࣭ ⭑𝒪𝗻𝗹𝘆 𝘆𝗼𝘂 ─manjirō sano

༉‧₊˚✧꒰𝓒𝐚𝐩𝐢𝖙𝐮𝐥𝐨 𝟎𝟒.*･｡ﾟ

❝el dúo de rubios❞

❛;dan la fachada de ser chicos rudos, cuando en realidad tienen un gran corazón.੭ೃ༉

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Manjiro Sano más conocido como "El invencible Mikey" se encontraba saliendo de su escuela con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón después un largo y aburrido día de clases, se le hacía tan tedioso escuchar parlotear casi todos los días a sus amargados profesores, además que estos casi siempre le llamaban la atención por quedarse dormido en plena clase, no era su culpa, dormir era una de las mejores cosas que el ser humano podía hacer, o eso pensaba él. Le sacó el envoltorio a una paleta de caramelo para luego meterla a su boca y degustar su dulce sabor.

Una sonrisa divertida se formó en su rostro al divisar a su fiel amigo Ryuguji Ken; el cual al verlo elevó su mano al aire saludándolo, se habían hecho bastante inseparables desde aquella vez que le pateó la cara a un tipo de secundaria que lo mando a llamar con este mismo, un tipo tan genial como lo era Ryuguji no podía estar con unos sujetos tan cobardes que necesitaban atacar en grupo. Ambos chocaron sus puños al estar cerca del otro, comenzando a caminar en dirección a una tienda de dulces caseros que hace poco Mikey había descubierto y no dejaría pasar la oportunidad de clavarles el diente, el del tatuaje no tuvo más opción que seguirlo en su pequeña aventura, aunque también le causaba un poco de curiosidad. Comenzaron una charla de varias tonterías por mientras llegaban a sus destinos.

Hasta que la atención del rubio más bajo fue llamada por los sonidos que se producían al momento de pelear, no se escuchaban tan lejos, Ken también se percató del sonido. Ambos llegaron a un callejón donde uno chicos que por sus apariencias podían asumir que eran de secundaria, estaban tirados en el suelo, debía ser alguien bueno peleando para haberlos derribado a todos, bueno, para Mikey derrotarlos era como pestañear; fácil y rápido. Buscaron con la mirada al causante del estado de derrota de esos tipos, topandose con la figura de una niña de cabellera azabache que a puras penas podía mantenerse en parada, dándole un último golpe en medio de las piernas al que aún se encontraba de pie, cayendo al suelo retorciéndose de dolor por sus partes íntimas lastimadas. A la azabache se le notaba desde lejos lo cansada que estaba por el arduo esfuerzo que hizo para ganar, de manera honrada sin ningún objeto, nada más sus puños y piernas.