Destilectura

Se adentra en la lectura de un libro con las hojas crujientes como el pan recién hecho. En voz alta pronuncia sus primeras palabras: Cuando vi el color gris de las amapolas, entonces me di cuenta de que la vida se había marchitado de tanto esperar grandes acontecimientos, como el verano... Quiere acariciar aquellas maravillosas flores y poder colorearlas con el índice en cuanto las tocara y se unieran a sus cromáticos pensamientos. Pudo sentir la suave brisa de un otoño sin final a través de sus páginas, y enamorarse de las hojas de un árbol meciéndose hasta pisar el suelo, tiritando y volviendo a levantarse como si no quisieran estar acostadas.

Sigue leyendo sus primeras oraciones, que agotan al ser tan largas pero tan tristes, para ser tan joven. No puede leer más que cinco páginas. Le pesan los párpados, la lengua, el alma...Quiere levantarse de la silla raída y, apenas lo hace, tiene que volver a su viejo asiento. Sin motivo alguno, pues no había bebido nada aquel día, todo comenzó a darle vueltas. Piensa que era el viento, que quiere llevarlo afuera para danzar con las hojas. Palpa la mesa. Se corta un dedo con una astilla que asoma en una de sus esquinas. Abre y cierra los ojos para ver si paraba el tiovivo de su biblioteca. Intenta levantarse una vez más y cae al suelo.