Algo mutuo y divertido

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Mejor así.
Pensaba mientras se perdía una vez más en los labios ajenos. Una vez más se encontraban el Payaso y el Dios de la muerte en una danza de cuerpos pegados y sudorosos, en un vaivén desesperado.

Pasaba desde hace algunos meses, eso de encontrarse en la oscuridad y saciar las ansias de un contacto físico menos violento que el de las peleas pero igual de intenso que aquellos. Nacido de la necesidad del calor de un cuerpo ajeno, de expiar un poco el dolor y la tensión, de dejar un poco de lado lo hermético de aquel plan tan detallado, de experimentar algo mutuo, algo divertido.

Dos sentimientos que ninguno de los dos había experimentado, no de forma sana y real.

El Payaso había construido su vida y su futuro al rededor de una persona que no le correspondía, que nunca lo hizo, aferrado a la idea de que la amaba construyo aquel plan de vida, aquella meta. Convertirse en la persona que ella amará, significaba destruir a ese al que amaba ahora, y eso no era nada fácil, así que construyó un plan.
El Dios de la muerte, por su parte, había perdido cualquier razón de vivir, no había nada que lo emocionará o le acelerará el corazón, la vida para el, era gris y monótona, sin diversión o color, se dedicaba a existir, esperando ya no hacerlo. Hasta que apareció él. El Payaso con su plan perfecto, detallado de principio a fin, con objetivos claros y una meta aún más clara. La destrucción de una de las pandillas más fuertes en ese momento y, eso sonaba a diversión.

Aquel plan le resulto extraño y grandioso al mismo tiempo, al igual que el dueño del plan, su apariencia demasiado débil y escuálido para llevar a cabo lo que se proponía y, demasiado intelectual para formar parte del mundo de las pandillas. ¿Qué hacía alguien como él en un mundo como aquél? ¿Que buscaba con aquel plan?, pensaba el Dios de la muerte, mientras una sonrisa tiraba de su comisura. Esta loco, merece la pena seguirlo, decidió, mientras permitía a su boca formar una sonrisa y soltaba aquel sonido, ronco y escandaloso, que hacía tanto no profería.

Desde ese día, el Payaso, le arranca de la garganta un par de carcajadas al Dios de la muerte.

Descubrieron, mientras llevaban a cabo el plan, lo burdas que eran sus vidas y sus metas, lo estúpido de una vida construida al rededor de sentimientos inventados e irreales, porque eso eran los sentimientos del Payaso por aquella mujer a la que le había dedicado su vida, una obsesión construida por la idealización de un niño excluido al que una chica linda le habló de forma amable, el deseo de un romance, de ser querido y reconocido por alguien más, de ser amado y no ignorado. Y lo estúpido de una vida sin razón ni color, sólo violencia, y la adrenalina de pensar que podría ser la última pelea, la última batalla, el último golpe, de vivir por vivir. Lo ridículo de perseguir con tanto afán un amor vacío y una diversión momentánea.

Juntos, descubrieron también, el nivel de su locura cuando, luego de saber su vida y sus metas estúpidas, irrisorias decidieron seguir con aquel plan. Llevarlo a cabo les parecía divertido, atormentar y golpear gente siempre había sido del agrado y disfrute del Dios de la muerte, y llevar sus planes hasta el final, terminarlos, era de las cosas favoritas del Payaso.
Así que decidieron continuar con aquello que los unió, terminar lo que empezaron, y en los tiempos libres, juntar sus cuerpos desnudos en un cruce desenfrenado, en una disputa placentera, y gritar al unísono sus nombres en el momento en el que sus cuerpos llegan al clímax, maldecir juntos con la última estocada, y caer rendidos una vez que sus cuerpos pierden el calor y la intensidad haya menguado.

No sabe desde cuando pero se había convertido en una de las cosas favoritas del Dios de la muerte. Encontrarse con el Payaso luego de una pelea en aquel departamento minúsculo. En los buenos días, comían algo antes de empezar a probar el cuerpo del otro; en los mejores días, pasaban el día entero yendo de acá para allá en esos intentos fallidos de tener una cita normal, sin peleas o cosas ilegales de por medio;  en los peores días, aquellos que los dejaban agotados mentalmente y llenos de dudas, llegaban directamente a perderse en el mar de emociones que era navegar, mutuamente, por sus cuerpos, en entregarse por completo a la intensidad de sus toques y sus caricias. El Dios de la muerte amaba esos días, todos ellos, pero prefería especialmente esos en los que aparentaban ser una pareja de película romántica, pasear de la mano, compartir un licuado a través de dos sorbetes, correr tomados de la mano bajo la lluvia y sentarse en una plaza a mirar el cielo. El Payaso mira al cielo, el Dios de la muerte lo mira a él. Esos momentos son los que más le gustan de esas salidas que poco van con ellos pero, que les divierten.

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⏰ Última actualización: Jul 13, 2022 ⏰

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