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Aunque sabía que algunos de los seguidores de DIO lo sospechaban, Pucci no se sentía celoso por el tiempo que había estado dedicándole su amigo a Kakyoin esas últimas semanas

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Aunque sabía que algunos de los seguidores de DIO lo sospechaban, Pucci no se sentía celoso por el tiempo que había estado dedicándole su amigo a Kakyoin esas últimas semanas. Se había encaprichado con él desde que se lo encontraron paseando con sus padres cerca de la mansión, en las últimas horas de la tarde, cuando ya hacía rato que el sol se había perdido por el horizonte y era seguro para DIO estar en las calles. El joven pelirrojo parecía interesado en el arte y en la historia de cada gran monumento, y DIO lo había observado unos minutos con los ojos brillantes de satisfacción antes de pedirle a Pucci que encontrase la forma de guiarlo hasta el interior de su mansión. Kakyoin llevaba ya doce días entre sus aliados y, de esos doce, más de la mitad había sido llamado de madrugada al cuarto del vampiro. No era ningún secreto lo que hacían allí.

Tampoco le guardaba ningún rencor al chico. Por lo que le había contado DIO después de investigarlo con el seguido de preguntas usual, tenían prácticamente la misma edad y era un estudiante japonés que pausaba las clases cada cierto tiempo para viajar con su familia. Sus padres no tenían noticias de él desde que Pucci les sugirió mostrarle al joven un viejo palacio, actualmente deshabitado, mientras ellos acababan de tomarse el café en un bar cercano.

Habían conversado un poco durante el camino hacia la mansión. Kakyoin tenía una inmensa curiosidad por todo lo que lo rodeaba y contaba anécdotas de diferentes países, además de rebatirle algún argumento filosófico que Pucci había mencionado por encima, pero en cambio parecía decidido a evitar que aparecieran en el diálogo sus padres o amigos suyos de Japón. Era una persona muy capaz de dirigir la conversación por donde le interesaba y, con lo que había visto en lo que el recorrido permitía, podía hacerse muy bien una idea del porqué de su encanto.

Los ojos de Kakyoin contenían una ferocidad controlada, orgullosa. Se notaba que era un usuario de Stand con sólo acercársele un poco, pero, al contrario que tantos usuarios nativos con los que se había topado DIO desde que salió del mar, Kakyoin había sabido convertir esa unicidad en fortaleza. Por debajo de lo que realmente pronunciaba se escondía una mezcla de inteligencia y juicio punzantes, combativos, que habían forzado a Pucci a calcular sus respuestas antes de darlas.

En cierto modo se parecía a DIO. No lo llevaban en absoluto de la misma forma, pero su actitud ensayada le recordaba a los gestos que su amigo era capaz de adoptar para seducir y convencer a quien necesitaba. Su talento para apreciar la belleza, la forma en que se acercaba a la filosofía y al debate para discutir y la luz de sus ojos cuando le presentaba un reto también eran propios de DIO, y ambos destilaban el mismo deseo de perfección y libertad.

Por esto estaba convencido de que enjaular su mente había sido un grave error. Si su interpretación de las respuestas vagas del chico y de lo que no había querido revelar era correcta, se sentía distanciado de familia y compañeros, probablemente por un complejo de superioridad que el Stand sólo aumentaba. Ofrecerle un lugar en la mansión de DIO, gloriosa y llena de gente como él, tenía que resultar, por fuerza, una propuesta tentadora, y la suave manipulación de DIO habría acabado de hacerlo caer. Pero su amigo se había apresurado a convertirlo en un esclavo sin voluntad en el primer encuentro, y Pucci, que conocía bien el orgullo de DIO, no se quitaba de encima la sensación de que este error regresaría tarde o temprano para interponerse en sus planes.

Cerezas en la iglesia del pecado [JJBA: Dio × Pucci]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora