𝘈𝘮𝘪𝘨𝘰, 𝙙𝙖𝙩𝙚 𝙘𝙪𝙚𝙣𝙩𝙖

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Se filtraban algunos rayos de sol. Se resguardaban bajo la sombra de un árbol, pero a través de las ramas y las hojas, las ráfagas de luz llegaban a chocarle la piel en fragmentos dispersos. El cuerpo estirado y cómodo en el césped. Acurrucado en las piernas de su compañero, fingiendo una siesta improvisada para espiar de vez en cuando y ver si lograba pescarlo con alguna expresión nueva.

Era sencillo relajarse cuando se recostaba sobre sus piernas. La temperatura corporal siempre era cálida y agradable, el músculo duro, fuerte. Podría dormirse de verdad si se descuidaba, por lo que era necesario darse ligeros toques en el antebrazo para sostener su consciencia sin llamar la atención de su compañero. Pero sentir de repente cómo acercaba la mano a su cabeza para acariciarle el cabello, peinándole los mechones con los dedos y dejando caricias en forma circular, en definitiva, era hacer la más injusta de las trampas.

Porque entonces era natural perderse, sumergirse. Olvidarse de los toques en el antebrazo, olvidarse incluso de sus dedos o la pesca de nuevas expresiones. Podía sentir el sol todavía, podía sentir la brisa de la tarde y ese olor a pasto. Los dedos de su compañero se movían en su cabeza, peinaban su cabello, se mezclaban con los rizos y luego la mano entera se puso a descansar ahí. Con los mechones entre los dedos, como si ese fuera su lugar, la palma ajustada a la comodidad del cráneo y la temperatura corporal traspasándose al punto de hacerle creer que podría provocarle fiebre.

Podría llegar a los cuarenta grados, pero no se atrevería a moverse.

Hey... —Percibió un cosquilleo en su nariz, la respiración acariciando sus pecas. La mano se desenredó de su cabello, pero no soltó su cabeza. Todavía no quiero abrir los ojos—. Hinata... —Se escuchó el llamado, pero se concentró en la vibración del sonido que parecía impactar directamente sobre su piel, tan natural, tan íntimo.

Llegó a sentir la otra mano (la que no sostenía su cabeza) posarse sobre su mejilla. Sus dedos eran largos y suaves. El índice detrás de su oreja, el del medio y el anular sobre el inicio del cuello, y el meñique estirado, llegando casi hasta su hombro. El golpe rítmico de su pulso se acentuó con cada contacto, y podía jurar que la sangre le bombeaba edulcorada con purpurina. Volvió a sentir la respiración, esta vez colándose entre su boca, y no pudo evitar entreabrir los ojos sólo lo suficiente como para discernir la forma del rostro de Kageyama. Se repitió ese aire tibio infiltrándose en su cavidad y por instinto alzó los labios, esperando.

—Hinata, despierta —dijo en un tono impaciente—. Hay que volver a clase, levántate. —Se alejó y se llevó el calor. Retiró sus manos y le dejó una sensación de vacío, aunque aún tenía la cabeza sobre sus piernas.

Cuando Hinata abrió los ojos por completo, pudo distinguir su expresión "me aburro, quiero moverme". De ser posible, "quiero jugar vóley", pero todavía faltaba mucho para la práctica y el descanso acabó por finalizar cuando sonó el toque de campanas. Pero Hinata no se levantó de inmediato.

Había algo que estaba esperando, había un anhelo.

Pero todavía no pasaba nada.

Pero todavía no pasaba nada

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𝘈𝘮𝘪𝘨𝘰, 𝙙𝙖𝙩𝙚 𝙘𝙪𝙚𝙣𝙩𝙖 | 𝘖𝘯𝘦-𝘚𝘩𝘰𝘵 | [𝙆𝘢𝘨𝘦𝙃𝘪𝘯𝘢]Where stories live. Discover now