Fésoda

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Era ya de día y el sol anunciaba el comienzo de una nueva jornada. El aire, frío y característico del invierno, de la Época de la Oscuridad, soplaba con una suave brisa. A pesar de ello, el viento arrastraba de vez en cuando partículas procedentes desde más allá de la ciudad de Fésoda, desde el desierto de Narkerlogion, que hacía que los ojos se volvieran rojizos por la irritación del polvo. Un chorro de agua fría me sacó de mi adormilamiento, espabilándome un poco. Las últimas noches habían sido un constante devenir de miedos y preocupaciones y el sueño, huidizo, me esquivaba. Muy lejos se encontraba mi ciudad natal, sentía que me encontraba cerca del fin del mundo, pero no era por la distancia del hogar, más bien, por la distancia con Shilia, eso y la guerra que se cernía sobre todos nosotros. A pesar de haber estado entrenando toda mi vida para el combate, ahora mis pensamientos eran presa del miedo y del desconcierto.

-Debemos darnos prisa, hoy alcanzaremos la ciudad. -Anunció Myron mientras el grupo se preparaba para la travesía-. Abandonaremos el bosque de Rengorn y accederemos a la ciudad por el puente noreste.

-Mi señor, patrullando el bosque por la noche, nos hemos encontrado con numerosos campesinos y granjeros que se dirigen a Fésoda. -Respondió Karan.

El guardia personal y comandante de la ciudad de Fésoda se encargaba de velar siempre por la seguridad de Myron. Yo sentía compasión por él pues se esforzaba por agradar y cumplir todas las órdenes de su señor y este le correspondía con desagrado y mala educación. Durante los escasos días de viaje, desde que salimos del templo de la Tierra, había estrechado lazos con aquel hombre, Karan. Yo había sido nombrado el guardián de la elemental de la tierra, mi deber era conocer a la perfección todo acerca de las fuerzas militares de Gálano y, aunque había leído cientos de libros en la Biblioteca del Saber, aún tenía muchas preguntas. Los guardias de élite, incluido él, tenían el pelo rapado y no pude evitar preguntar a Karan, sorprendiéndome la respuesta tan anodina. Su contestación fue que los soldados de élite deben de viajar por todo Gálano, incluyendo el desierto y las zonas del Páramo del Cuerno. Para evitar tener que lavarse el pelo y estar presentables ante los grandes señores, deciden cortarse el pelo. No era una obligación, pero en palabras de Karan es "una preocupación menos" ya tenían suficiente con no ser devorados por criaturas extrañas o por ser asesinados por alguna tribu que habitara en los desiertos.

-Estarán buscando refugio en la ciudad, y debe ser así, nos aseguraremos de que ningún súbdito sufra daño alguno. ¡Ahora, A prisa! -Respondió con brusquedad el gobernante de Fésoda a su comandante.

Levantamos el campamento tan rápido como lo habíamos montado hacía escasas horas. Desde nuestra apresurada salida desde el templo habíamos viajado tan rápido como los caballos podían galopar y descansábamos lo justo para que los animales no desfallecieran. Junto a Myron y a su guardia personal, nos dirigíamos a Fésoda Anne, Eris y Atnuil, a lomos de su grifo. Nos habíamos detenido para que las monturas de Myron y sus soldados descansasen un poco y darles de abrevar, aunque si por mi hubiera sido, habríamos mantenido el galope día y noche sin descansar. Mi montura podría aguantar días galopando, y las monturas de las elementales eran furias, bestias mágicas que sobrepasaban con creces cualquier equino. Durante las horas de descanso, Anne y Eris se dedicaban a patrullar y a hacer extraños encantamientos que yo no comprendía, según ellas, eran para evitar que el enemigo nos encontrase mediante el uso de la magia. Atnuil, por su parte, vigilaba desde el aire a lomos de Rel. Había podido divisar un gran ejército en la lejanía y a su paso solo quedaban cenizas y muerte; y Atnuil no quería que les alcanzara antes de estar tras la seguridad de los muros de Fésoda.

A un toque de trompeta comenzamos de nuevo el galope a lo largo del bosque. Pude preciar y confirmar cómo era cierto lo que Karan nos había contado. A medida que nos acercábamos a Fésoda, nos encontrábamos con más campesinos y comerciantes que huían de una muerte segura.

RELATOS DE EÓN: LA CIUDAD DE PIEDRAWhere stories live. Discover now