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Todo empezó con un "necesito un minuto de respiro, Mi Señor." Si tan solo se hubiese callado no estaría en la situación en la que estaba ahora mismo...tendido en la cama de una de las habitaciones de invitados, atado a la misma por sus brazos y piernas, totalmente desnudo.

Su Señor Kamisato Ayato se encontraba a un lado de la cama, agitando un látigo dando golpes en la palma de su otra extremidad, haciendo un sonido muy particular, intimidante...

Al otro lado de la puerta alcanzó a oír a Su Señora, Kamisato Ayaka, llorando y golpeando con fuerza la madera, pidiendo a gritos que no le hiciese nada.

El hermano de Ayaka trataba de persuadirla, diciéndole que se fuese a hacer otras cosas, que solo quería hablar con él.

"¡Vi como lo arrastraste por el pelo hasta ahí! ¡Déjalo salir ya!" Gritaba en desesperación la jovencita, que para su mala suerte fue ignorada.

Ayato por su parte no quería esperar ni un minuto más así que, preparándose mentalmente para los comentarios de su hermana, se subió sobre Thoma y con toda la rabia que tenía le agarró del cuello, apretándolo sin piedad. Los ojos del rubio se aguaron y se abrieron, empezó a enrojecerse y tratar de respirar pero le era imposible.

"¿Por qué no hiciste lo que te dije? Aquí soy yo quien decide si limpias o no, ¿Te enteras?" Le dió una bofetada con su mano libre. "Eres un idiota desobediente, me pregunto en qué mierda estaba pensando cuando te traje, ni los perros de la calle son tan desagradecidos como tu" ésta vez la bofetada fue para el otro lado, tan fuerte que su rostro se giró casi por completo.

Las lágrimas empezaron a rodar libremente por su rostro ahora marcado por las manos del jefe del clan Kamisato.
Le dolía y estaba pasando por un miedo muy intenso, tan fuerte que pensó que se orinaria o le daría un infarto... quizás ambas cosas.

Por segundos dejó de respirar porque sintió la mano de Ayato agarrar sus pantalones y jalarlos con fuerza, despojandolo de su ropa interior de paso.
Thoma trató de cerrar las piernas pero las ataduras le impedían moverse.
Dejó su chaqueta y su camiseta a medio sacar para evitar quitar las ataduras, aún así se podía apreciar su cuerpo desnudo y, si lo ignoraba lo suficiente, la ropa que quedó en sus tobillos y sus muñecas era invisible.

Ayato se levantó y agarró el pequeño pero eficaz látigo, que golpe tras golpe le recordaba al rubio quién mandaba en esa casa.

Algunas heridas comenzaron a sangrar y los gritos desgarradores del jóven eran difíciles de soportar. Ayaka hacía rato que había salido de la casa del té para intentar no oír los gritos de Thoma.

Sin piedad apartó sus piernas del todo, exhibiendo su salida trasera.
"Más te vale estar limpio" sin piedad comenzó a penetrarlo. El ano de Thoma hizo un sacrificio doloroso por no desgarrarse al instante, tratando de adaptarse al repentino cambio.  El miembro de su asaltante estaba marcado en su bajo abdomen y, con cada movimiento de caderas del peliazul, el hilo de sangre que resbalaba de su esfínter salía con más flujo, manchando las sábanas de sangre y heces líquidas.

Su cuerpo empezó a rendirse y sentía todo en estática, como si se fuese a desmayar.

"Asco...me das mucho asco..." Con una última embestida se vino adentro de Thoma. Con disgusto desató las cadenas que lo ataban a la cama y con dejaded lanzó una sábana sobre él.
"Tápate, no vayas a asustar a alguien con ese cuerpo asqueroso que tienes" el olor en la habitación era casi insoportable pero no podía rechistar porque hacía rato que se había desmayado.

Al cabo de las horas se despertó, con ropa limpia en una habitación aireada, en los brazos de Ayaka, quien estaba curando sus heridas.

"Lamento mucho que te haya hecho ésto..."

"Estoy acostumbrado... papá también me lo hacía"

1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora