𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟕: 𝒆𝒍 𝒑𝒐𝒔𝒕𝒓𝒆

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Su piso era pequeño, de paredes rugosas y de un tono beige tenue. La cocina estaba separada del salón por un arco de medio punto en el que se podía ver una simple mesa de Ikea verde oscuro, dos sillas con el asiento mullido de color rojo (que parecía haberlas robado de una cafetería 24 horas) y dos vasos de color amarillo transparentes.

El salón te recibía con un sofá de piel marrón, de esos de cojines grandes y mullidos en los que te hundías al sentarte y apenas podías evitar echarte una siesta de tres horas tras llegar de la oficina. Delante del sofá, una mesita de cristal verde viridián, con unas cuantas revistas de arte y un libro con el marcapáginas sobresaliendo. Una televisión que, si mis cálculos no fallaban, debía tener más de quince años y seguramente ni siquiera habría conocido lo que era Netflix, puesta encima de un mueble blanco al que flanqueaban dos estanterías llenas de libros y algunas cámaras de foto que no parecían ser recientes.

—¿Eres fotógrafa? —Giré sobre mis talones y la miré. Ella recogía un libro que había dejado encima de la mesa antes de irse esa mañana.

—Qué va. Me gusta la fotografía, solo eso.

—No te imaginaba con este estilo. Tan retro, vintage, alternativa... ¿Sabes lo que es Spotify? Seguro que no. —Soltó una carcajada ante el comentario y pasó a mi lado para abrir el ventanal que daba paso a una diminuta terraza, parecida a la del apartamento de Grace.

—No vivo en Long Beach, no todos podemos permitirnos eso. —Apretó los labios y esbozó una sonrisa inocente que formó en sus mejillas esos pequeños hoyuelos.

—No he dicho que no me gustase. —Ayudé a poner las bolsas de comida en la mesa, sacando las bandejas de plástico—. ¿Acaso sabes lo que pienso sobre ti? —Ella negó, sentándose en la silla naranja.

—Sorpréndeme. —Separó los palillos de madera con un 'crack' y los agarró como si hubiese crecido comiendo con ellos.

—No te lo voy a poner tan fácil. —Reí, haciendo el mismo gesto al partir los palillos para comer—. Tendrás que ir adivinando qué pienso de ti.

No había mucha luz en la terraza, tan solo una vela blanca incrustada en una vieja botella de vino de cristal verde oscuro vacía. En la mesa habíamos desplegado las bandejas de comida que constaban de gyozas, dim sum, noodles con tenera, pato laqueado y sopa de wanton, acompañados de dos refrescos fríos con hielo picado.

Noah estiró el brazo y alargó los dedos que se enredaban en el palillo de madera para elegir la gyoza perfecta. El anillo grueso de su dedo índice relucía bajo el reflejo de la vela que parecía imitar el movimiento ondulado de sus mechones de pelo.

El fuego brillaba en sus facciones pronunciadas, en la pequeña curvatura de su nariz, en los músculos acentuados de su cuello que creaban un hueco irresistible entre sus clavículas, en sus ojos avellana y las gruesas cejas que se fruncían al comerse la gyoza entera. Comía casi con rabia, apretando las mandíbulas mientras me miraba.

—¿Quieres saber lo que creo que piensas? —Me señaló con los palillos.

—Adelante. —Mastiqué un trozo de pato laqueado bien empapado en su salsa espesa.

—Creo que no te has acostado con muchas mujeres antes. Si me apuras, creo que puedo ser la primera. —Frunció el ceño y le pegó un sorbo a su bebida. Yo me crucé de brazos; llevaba razón—. Y piensas que el sexo entre mujeres es igual que con un hombre, que te quedarás insatisfecha y te dará vergüenza decírmelo. Si pasa eso, en la oficina todo será incómodo y es una pena porque nos llevamos muy bien. —Se deleitó con unos cuantos noodles de ternera que se tambaleaban sobre su barbilla hasta que consiguió sorberlos—. Sé que te atraigo. No sé por qué, pero te atraigo. —Yo sí lo sabía, pero no sabía cómo explicárselo.

let me be her (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora