Luna

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—Hermosa.

Admiré la bella luz blanca que se erguía en el cielo.

Alcé mi mano para intentar tocarla, más por más que lo intentara solo podía hacerlo con su reflejo en el agua.

¿Cuántas noches la habría visto ya?

Muchas seguramente. Pues cada vez que ella estaba presente sentía una inexplicable emoción que me hacía salir fuera del mar y cantar para ella, admirando su belleza.

Juraba que por algún instante, ella me veía a mi también, viéndome reflejada en su mirada como ella se reflejaba en la mía, cantando melodías a la par que yo y diciendo en silencio lo mucho que me ama al igual que yo la quiero. Acariciando mi mejilla al mecer las olas con su presencia al igual que yo acariciaba las suyas al verla reflejada en el mar.

Y no podía evitar sentir una extraña conexión con ella, tal vez por el parecido de nuestra piel blanca, o por nuestra melena larga y brillante.

Pero sin duda, la conexión más grande que teníamos era que solo podíamos vernos durante la noche, pues ambas sabíamos que ese era el único momento en el que podíamos estamos juntas, contemplándonos y amándonos en silencio. Permaneciendo ocultas de las miradas ajenas.

Aunque, de vez en cuando, había momentos en donde nuestro amor era interrumpido.

—¡Hey, hermosa!

El grito de una voz gruesa me hizo interrumpir la canción que le dedicaba a mi amante.

—No deberías estar aquí sola —continuó, siguiendo su remar hasta mí, deteniéndose cerca de la roca donde estaba—, ven conmigo, te llevaré a la orilla —comentó, extendiendo sus brazos hacia mí, tomándome de la cintura para sentarme a su lado—, y tal vez, podrías ser buena conmigo —finalizó, acariciando mi mejilla con sus manos callosas.

Mis ojos se enfocaron en él, detallando la rojez de su rostro, sabiendo que estaba lo suficientemente ebrio como para ignorar el hecho de que la otra mitad de mi cuerpo aún seguía en el agua.

—Vamos preciosa, acaríciame anda. Seguramente estabas aquí sola esperando a que alguien viniera a rescatarte.

Lo miré fugazmente antes de mirar de nuevo a la luna, presenciando lo que ambas sabíamos que iba a suceder.

Miré de nuevo al viejo marinero, tomando sus mejillas entre mis manos para finalmente darle un beso.

Él comprendió de inmediato lo que sucedía y no perdió tiempo en acariciar mis pechos y cintura, bajando tranquilamente por ella hasta que el beso fue detenido por un alarido de dolor. El hombre se alejó de mí, mirando su mano y viendo la sangre que brotaba de ella.

—¿Qué es esto? ¡¿Qué eres?!

La inquietud y el miedo en sus ojos me hizo repentinamente sentir apetito.

Había un aspecto más en el que mi amante y yo éramos parecidas, casi gemelas. Que sin importar cuan blanca fuera nuestra piel, había una mancha dentro de nosotras, una mancha negra como el abismo.

Limpié mi rostro con ayuda del agua y mis manos, notando en el reflejo del agua a la luna sobre mis manos sumergidas, casi como si estuviera tomándolas entre las suyas, diciéndome que todo estará bien.

No pude evitar sonreír al mirarla, que en un gesto tierno besé en mis manos el reflejo del agua, aceptando su compañía y comprensión.

La miré de nuevo y con esa última mirada me despedí de ella, sabiendo que me seguiría hasta que llegara a mi hogar, y que me acompañaría todo el tiempo hasta que finalmente ambas fuéramos a dormir, agotadas de amarnos tanto.

Mermay 2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora