𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟏𝟏: 𝒆𝒍 𝒐𝒃𝒔𝒆𝒓𝒗𝒂𝒕𝒐𝒓𝒊𝒐

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Mi padre llevaba razón. Mi hermana llevaba razón. Mi madre, aunque nunca me lo hubiese llamado, pero sé que lo pensaba, también llevaba razón. Era una zorra que se abría para cualquiera porque estaba falta de cariño, aunque Noah fue la primera persona con la que me acosté en cuatro años. Todos llevaban razón. Todas las miradas llevaban razón, porque después de ese día los encuentros con Noah se duplicaron.

Lo hicimos en la oficina, en su coche, en su casa y en la mía. Yo no tenía ningún remordimiento en hacerlo, me subía la falda y me fumaba un cigarro de camino a casa sin pensar en absolutamente nada. Me tomaba las pastillas para dormir y así evitar llorar por todo lo que se me pasaba por la cabeza.

La voz de Grace se había grabado en mi cabeza. "¿Eso es lo que quieres? ¿Quieres volver a Nueva York? Hazlo, Olivia", pero la culpa por haberle destrozado el negocio a mi padre era más fuerte que cualquier impulso por volver a la que era mi vida.

Me acostaba con Noah sabiendo que miraba a Dafne como si fuese la mujer de su vida porque era mi forma de autolesión. Era lo que me merecía, ser un trozo de carne que cualquiera muerde y escupe la misma noche. Ella era encantadora, era la persona que mejor me había tratado cuando intentaba tirarme por el barranco del autodesprecio acostándome con ella y, quizás, esas noches no eran tan terribles.

Ella no tenía ni idea de lo que me pasaba por la cabeza porque sabía fingir muy bien después de acostarnos y porque realmente disfrutaba haciéndolo con ella. Bromeábamos, nos vestíamos y nos decíamos que nos veríamos a la mañana siguiente. A la mañana siguiente, volvíamos a la oficina. Yo era la organizadora de eventos ajetreada y ella era la ilustradora postrada en su cubículo que miraba con ojos carnosos a mi hermana gemela.

Un día nos acostamos y después de hacerme todo lo que quiso, me agarró de la barbilla e hizo que la mirase.

—¿Estás bien? —Me dijo, aún con la respiración agitada y las gotas de sudor cayendo por su frente.

Era más que evidente que estaba bien, pero quería cerciorarse de que estaba bien, de que me había gustado, de que me seguía sintiendo cómoda con ella. Creo que fue la primera persona que se preocupaba por mí y por mi placer, que a pesar de ser tan solo un trozo de carne que se movía bajo sus sábanas se preocupaba.

—Es lo mínimo que puede hacer alguien después de acostarse con otra persona —decía Grace, fumando un cigarro en mi terraza—. Lo normal.

—Ya. —Le di una calada a mi cigarro—. Es que yo nunca he estado con alguien normal.

Lo peor de todo era la sensación de estar engañando a Noah constantemente. Cuando terminábamos y se quitaba de encima, me tapaba la cara para ocultar la vergüenza de estar mintiendo. ¿Qué había sido una trabajadora sexual? ¿Qué la cicatriz de mi pecho por la que había preguntado no era por un quiste benigno? Se me erizaba la piel al pensar en su reacción porque ya había tenido unas cuantas y decidí no contarlo.

Esos días nos acostamos en su coche. Era incómodo, pero yo no podía esperar por un poco de validación que me curase las heridas esa noche.

—¿Quieres que pasemos por algún sitio para que recojas tu cena antes de irte a casa? —Apoyó la mejilla en la mano que tenía sobre el volante. Los rizos caían a un lado, tan brillantes que parecían encerados, el sudor caía por su nuca y se colaba por el ancho de su espalda, mojando la camisa azul que llevaba hoy.

—Deberías buscar novia —comenté, sacando un cigarrillo de la cajetilla de tabaco.

—¿Quieres que dejemos de acostarnos? —Alzó una ceja, arrancando el coche para salir del aparcamiento.

—No, pero cualquier chica querría estas atenciones y estás aquí malgastándolas conmigo. —Puse mi bolso en el suelo y abrí la ventanilla para expulsar el humo.

let me be her (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora