Parte 1

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Cuando Osamu tenía ocho años experimentó el amor por primera vez.

Había sido un día en la playa, allá en el pueblo natal de su abuelo que solían visitar todos los veranos al salir de la escuela, buscando descansar de –según ellos– las pesadas responsabilidades de estudiantes de primaria. Su hermano y él disfrutaban mucho de la playa y el mar, con su vasta extensión azulada que hacía parecer que era infinito, como deseaban que fueran las visitas a la casa del abuelo, con comida deliciosa, juegos en la playa y paseos en lancha.

Ese verano, Atsumu y él habían discutido, no recordaba siquiera cuál había sido el motivo, pero recordaba pasear por la playa molesto con su hermano gemelo, alejado del lugar donde se habían instalado en la playa para disfrutar del mar y la brisa de verano junto con otras familias y turistas.

—Estúpido Atsumu —dijo entre dientes y se encogió de hombros al escuchar un regaño en su cabeza que sonaba demasiado a su madre.

—¿Quién es Atsumu?

Con un respingo se dio la vuelta para encontrarse con otro niño, más pequeño que él, de grandes y brillantes ojos café que le recordaban a las perlas que había en el fondo del tanque de peces en la casa de su abuelito. Su cabello era de un color extraño, brillante y naranja que apenas y se dejaba ver por debajo del amplio sombrero de paja que cubría parte su cabeza para darle un poco de sombra fresca.

—Eso no te importa —le respondió porque, ¿quién era este niño y qué es lo que quería?

—Oye, eso no es amable —en su rostro se instaló un puchero.

—No me interesa —Osamu estaba enojado y quería estar solo, ¿podía este niño dejarlo en paz?

—Mi mamá dice que si quieres que las personas sean amables contigo, tienes que serlo tú también —el niño se llevó las manos a la cintura y aún con el puchero en el rostro, le reprendió—. Yo estoy siendo amable, tú también deberías serlo.

Osamu no tenía tiempo para discutir, quería jugar en el agua, hacer castillos de arena y comer sandía partida por un palo, se dio la vuelta y emprendió camino de regreso con sus padres, pero recordar que Atsumu estaba ahí lo detuvo y sopesó mejor sus opciones. Podía seguir su camino por la playa, aburrido de no poder hacer las cosas que quería o podía disfrutarlas aunque no fuera con su hermano.

Se dio la vuelta y regresó hasta donde estaba el niño de antes que ahora se encontraba recogiendo conchas de la arena.

—¿Cómo te llamas? —El niño volteó y lo miró desde su posición en cuclillas, parecía aún más pequeño así.

—Shouyou —respondió—. ¿Y tú?

—Osamu —se quedaron ahí sin decirse nada más porque claramente Osamu no era muy bueno haciendo amigos.

—¿Quieres recoger conchas conmigo? —le preguntó el otro y Osamu sólo se inclinó a su lado para buscar entre la arena más de los blanquecinos caparazones.

—¿Para qué quieres estas conchas? —preguntó después de unos minutos mientras lavaba la arena de sus manos con el agua del mar que llegaba hasta ellos.

—Porque quiero llevárselas a mi abuelita, pero sólo le llevaré las más bonitas —tiró una de las conchas de vuelta al mar, pero con su fuerza, no había llegado muy lejos.

—Yo puedo lanzarlas más lejos, mira —Osamu tomó un caparazón roto y como su abuelo le enseñó, lo lanzó en la misma dirección y se hundió un poco más alejado que el que había lanzado Shoyo.

El de cabello brillante se levantó y tomó otra concha y la lanzó con todas sus fuerzas, incluso dando un pequeño salto, exitosamente rebasando el tiro de Osamu, el niño se giró y le sonrió, con un reto brillando en sus ojos.

Ah, con que se trataba de eso.

Lo que había comenzado como un detalle se había convertido en una competencia para ver quién llegaba más lejos con los caparazones. Cada vez que los lanzaban, se adentraban más al mar hasta que sus rodillas fueron cubiertas por la marea. Osamu tenía un plan para que Shouyou fallara su siguiente tiro y se coronara como rey de los lanzamientos.

Mientras el niño de ojos ámbar se preparaba para su tiro, Osamu se hizo un poco hacia atrás dejando espacio entre ellos y mientras algunos podían verlo como darle espacio, Osamu estaba esperando el momento perfecto para atacar.

—¡Este es mi tiro súper, mega, ultra, híper poderoso! —proclamó y justo antes de lanzar la concha en sus manos, Osamu se impulsó hacia adelante y atacó con sus dedos los costados del otro, haciendo que Shouyou fallara su tiro con un grito agudo que se convirtió en fuertes carcajadas— ¡O-Osamu, no me hagas cosquillas!

El niño trató de zafarse sin mucho éxito y no fue hasta que una ola lo suficientemente poderosa los hizo caer que Osamu soltó a Shouyou. Había caído sentado y el agua lo había mojado hasta el cuello, Shouyou en cambio se había sumergido por completo dejando sólo su sombrero como evidencia de que había estado ahí, unos segundos después, el otro niño salió del agua con el cabello pegado a la frente y escupiendo el agua salada que había tragado.

—¡Eso es trampa, Osamu! ¡No vale! —se apartó el cabello de los ojos con una mano y con la otra lo señaló, dirigiéndole una mirada de reproche.

Tal vez era la adorable expresión o el cabello mojado tan diferente a su forma esponjada, que lo hizo reírse a carcajadas. No se había divertido tanto en todo el día y este niño que no conocía de nada lo había ayudado a olvidarse del enojo que tenía contra su gemelo.

—¡No te rías! —exigió y con un movimiento de su mano, lanzó agua a Osamu que terminó con una bocanada de agua salada.

Escupió y tosió y cuando levantó la vista de nuevo, Shouyou estaba riendo fuertemente y Osamu quedó embelesado; su sonrisa parecía hacerlo brillar, tan cálida como el sol en lo más alto del cielo, calentando a Osamu desde lo más profundo.

Pensó que lo que había sentido en ese momento mirando a ese lindo niño reír era extraño porque ese sentimiento sólo lo sentía cuando comía los deliciosos onigiris hechos por su abuelito, su cosa favorita del mundo y tal vez no lo había pensado en ese momento, pero después de una tarde llena de juegos con Shouyou, pensaría que tal vez, se había enamorado como lo hizo del arroz moldeado.

Osamu aún lo recordaba, ese sentimiento en su pecho y ese amor arrasador con sabor a sal y brisa marina.



Abrió los ojos, ubicándose en el mundo de nuevo. ¿A qué había venido el sueño? Ya eran 8 años de eso, estaba casi seguro que lo había olvidado, pero parecía que ese recuerdo seguía tejido en su memoria y corazón.

¿Qué habría sido de ese niño? Muchos veranos lo esperó y nunca regresó, pasando a romperle el corazón.

—Es nuestro turno, vamos —la voz de Kita-san se hizo escuchar e Inarizaki, como uno, se levantó y emprendió camino a la cancha naranja.

Naranja como su cabello.

No, no era momento de pensar en eso.

Había un partido que ganar.

—¿Osamu?

Volteó al escuchar su nombre, proveniente del otro lado de la red y el mundo de Osamu se llenó de un color más vivo con sólo ver sus ojos de nuevo.

—¿Shouyou?


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WC: 1238

Sabor a sal y brisa marina | OsahinaWhere stories live. Discover now