Crushing [ArMario]

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i.

Cuando Mario conoció a Armando Mendoza, le pareció un llorón y, a juzgar por el panorama que tenía enfrente, no estaba equivocado.

Armando llevaba media hora haciendo una rabieta por quién—sabe—qué y Margarita estaba intentando calmarlo por todos los medios. Alguna vez escuchó a Daniel Valencia decir que Armando era un neurótico, él no sabía qué significaba esa palabra pero sonaba feo... feo como Armando y su enorme frente.

—Si sigues así, no te llevaré al cumpleaños de Santi la semana que viene —amenazó Margarita ya cansada. El niño se cruzó de brazos y la miró todo enfurruñado.

La mujer suspiró derrotada y se levantó para revisar si todo estaba en orden en la cocina, había quedado en hornear galletas con Marcela y María Beatriz.

Mario rodó los ojos, lo único que quería era que su papá regresara del club para que se lo llevara a casa, su mamá le había prometido hamburguesas para la cena.

—¿Qué me ves? —preguntó mordaz el pequeño Mendoza, desviando los pensamientos de Mario hacia él.

—No te estoy viendo —se defendió, cruzándose de brazos igual que él.

Armando se le acercó haciendo sonar sus pisadas adrede contra el suelo. ¿Quién se creía es bobo para hablarle así?

—¡Vete a tu casa! Yo no te invité. —le gritó más de cerca.

Mario vio que Armando tenía todas las intenciones de empujarlo, así que se hizo a un lado antes de que pudiera lograrlo.

—Yo ya me quiero ir, para que sepas, pero mi papá no viene. —respondió, ya listo para darse media vuelta e irse a jugar solo por otro lado.

—Como quieras, pero no vayas a tocar mis juguetes.

Mario se volteó indignado, él no necesitaba mendigar nada a nadie, que para eso tenía un cuarto lleno de carritos y figuras de acción.

—Como si quisiera tus asquerosos juguetes llenos de moco.

Armando hizo puño su pequeña mano y le gritó con todas sus fuerzas.

—¡Tonto!

—¡Neurótico!

—¡¿Qué es eso?!

—¡No sé!

La poquísima paciencia que le quedaba a Armando se acabó y terminó abalanzándose sobre Mario, cayendo en el proceso. Ambos empezaron a rodar por el suelo mientras gruñían y se pegaban.

Margarita salió disparada de la cocina al escuchar los gritos y al llegar, por poco se infarta. Como pudo, separó a los dos muchachos con ayuda de Emilia, su ama de llaves. Los dos chiquillos se encontraban en condiciones deplorables, la ropa sucia y desgarbada, el pelo revuelto con marcas de mordidas y arañazos por toda la cara y el cuerpo.

—¡Se van al jardín en este mismo momento y pobre de ustedes que se vuelvan a pelear! —les reprendió con la cara roja de cólera. Pocas veces habían visto a Margarita de esa manera y ya sabían que las amenazas no eran en vano.

Se fueron al jardín y ninguno comió helado ese día. Lo único que recibieron fue ungüento para que no se infecten las heridas y unas banditas con el logo de Batman. No se hablaban, pero sí se miraban con odio cada vez que podían, la sed de venganza estaba demasiado presente en sus pequeños y adorables cuerpecitos.

María Beatriz, que se había ganado con todo el espectáculo, apareció risueña mientras comía una paleta de fresa.

—Dice tu mamá que no vas a ir a la fiesta de Santiago —le dijo con burla—. Eso te pasa por jalarle el pelo a Romina. Eso no le hace a una niña.

Crushing [ArMario]Where stories live. Discover now